El emparedado

Páginas: 5 (1041 palabras) Publicado: 21 de noviembre de 2015
Juana Manuela Gorriti

El emparedado

2003 - Reservados todos los derechos
Permitido el uso sin fines comerciales

Juana Manuela Gorriti

El emparedado
Éramos diez. Habíanos reunido la casualidad y nos retenía en un salón, en torno a una
estufa improvisada, el más fuerte aguacero del pasado invierno.
En aquel heterogéneo círculo doblemente alumbrado por el gas y las brasas del hogar,
el tiempoestaba representado en su más lata acción. La antigüedad, la edad media, el
presente, y aun las promesas de un riente porvenir, en los bellos ojos de cuatro jóvenes
graciosas y turbulentas, que se impacientaban, fastidiadas con la monotonía de la velada.
El piano estaba, en verdad, abierto, y el pupitre sostenía una linda partitura y valses a
discreción; pero hallábanse entre nosotros dos hombresde iglesia; y su presencia
intimidaba a las chicas, y las impedía entregarse a los compases de Straus y las melodías de
Verdi. Ni aun osaban apelar al supremo recurso de los aburridos: pasearse cogidas del
brazo, a lo largo del salón; y cuchicheaban entre ellas ahogando prolongados bostezos.
-Hijas mías -díjoles el venerable vicario de J., que notó su displicencia-, no os
mortifiquéis por nosotros.Os lo ruego, divertíos a vuestra guisa. Yo, de mí, sé decir que me
placería oíros cantar.
¡Cantar! Bien lo quisieran ellas; pero arredrábalas el repetido io t’amo de los maestros
italianos, en presencia de aquellas adustas sotanas, y se miraban sin saber cómo excusarse.
-¡Y bien! -continuó el vicario-, si os detiene la elección, que lo decida la suerte.
Y levantándose, fue a tomar del repertorioel primer cuaderno que le vino a la mano.
-¡Coincidencias! -exclamaron las niñas, riendo-. Ea, pues, hijas mías, a cantar las
coincidencias.
Las jóvenes rieron de nuevo.
-Bueno, ¡os alegráis al fin!
-Señor, el cuaderno está en blanco -dijo la niña de la casa-. Su inscripción es el
proyecto de una fantasía para dedicarla al profesor que me enseña el contrapunto.
-«¡Coincidencias!». Eso más bien quede cantos, tiene sabor de relatos -dijo una señora
mayor.
-Y quien dijo relatos -añadió otra- quiso decir pláticas de viejos.
-Y quien dijo pláticas de viejos, quiso aludir a mis noventa inviernos -repuso con
enfado cómico el vicario.
-Y para castigar la culpable susceptibilidad de ese ministro del Señor -replicó la
matrona- simulando el énfasis de un fiscal -pido que se le aplique la ley al piede la letra, y
se le condene al relato de una coincidencia.
-Y para mostraros que los diez y ocho lustres no han podido quitarme la complaciente
obediencia debida a tan amables jueces, referiré, una muy singular coincidencia que por
mucho tiempo hizo vacilar mi espíritu entre lo casual y lo sobre natural.

A estas palabras, los bostezos cesaron como por encanto; y las jóvenes, perdiendo sutimidez acercaron sus sillas y rodearon al anciano vicario.
-Era yo cura de S. y me había comprometido el de H. a predicar el sermón de su fiesta.
Sin embargo esta se acercaba y yo todavía no lo había escrito, subyugado por la pereza
que se apodera del ánimo en la vida de los campos.
En fin, llegó la víspera, el cura de H. me envió a buscar, y hube de ir allí, sin haber
puesto mano en mi obra, creyendoque la vista del lugar, del templo y los preparativos de la
fiesta fueran un estímulo a mi negligencia.
Pero llegado a H. presentóseme otro obstáculo: las visitas.
Para superar este inconveniente, fui a encerrarme en una celda de la Compañía,
edificio vasto y solitario, donde podía aislarme como en un desierto. ¡Vana esperanza! aun
allí vinieron a sitiarme durante el día entero los oficiosossaludos.
Alarmado en fin por el escaso tiempo que me quedaba para hacer aquella composición,
apenas llegó la noche, encerreme con llave y me puse a escribirla.
En el curso de mi obra, quise citar una frase que yo creía de Tertuliano, y no
recordando el capítulo que la contenía, echeme a buscarla.
Sentía pesada la cabeza, y mi mano por momentos se paralizaba sobre las páginas del
libro. Eran las doce...
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