el emperdador

Páginas: 285 (71072 palabras) Publicado: 3 de abril de 2013
EL EMPERADOR
Frederick Forsyth

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Título original:

THE EMPEROR
Traducción de

J. FERRER ALEU
Portada de

VICTOR VIANO

Primera edición: Septiembre, 1983

© Frederick Forsyth 1972, 1973, 1979, 1982
© 1982 PLAZA & JANES, S. A., Editores
Virgen de Guadalupe. 21-33
Esplugues de Llobregat (Barcelona)

Printed in Spain — Impreso en España
ISBN: 84-01-49037-5 — DepósitoLegal: B. 30.518 -1983
GRAFICAS GUADA, S. A. — Virgen de Guadalupe, 33
Esplugues de Llobregat (Barcelona)

Digitalización y corrección versión 1.0
JAMACHIEL
02-2005

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EL EMPERADOR
—Y hay otra cosa —dijo Mrs. Murgatroyd.
A su lado, en el taxi, su marido disimuló un ligero suspiro. Con Mrs. Murgatroyd, siempre había
otra cosa. Por muy bien que marchase todo, Edna Murgatroyd no podíavivir sin un acompañamiento
de quejas continuas, sin una letanía de lamentaciones. En una palabra, incordiaba sin cesar.
En el asiento junto al conductor, Higgins, el joven ejecutivo de la oficina central que había sido
seleccionado para las vacaciones de una semana a costa del Banco, por ser «el recién llegado más
prometedor» del año, guardaba silencio. Era el encargado de la sección de cambio dedivisas; un joven
animoso al que habían conocido en el aeropuerto de Heathrow hacía veinticuatro horas y cuyo
entusiasmo natural había menguado gradualmente ante los ex abruptos de Mrs. Murgatroyd.
El conductor criollo, rebosante de sonrisas y de amabilidad cuando habían tomado el taxi hacía
unos minutos para dirigirse al hotel, había captado también el humor de la pasajera y había optadotambién por callarse. Aunque su lengua nativa era el francés criollo, comprendía perfectamente el
inglés. A fin de cuentas, Mauricio había sido antes colonia británica durante ciento cincuenta años.
Edna Murgatroyd siguió rezongando, fuente inagotable de autoconmiseración y de enojo.
Murgatroyd miraba por la ventanilla, mientras el aeropuerto de Plaisance desaparecía detrás de ellos y
rodabanpor la carretera que conducía a Mahebourg, antigua capital francesa de la isla, y a los
arruinados fuertes donde los galos habían esperado defenderla contra la flota británica en 1810.
Murgatroyd miraba fijamente a través de la ventanilla, fascinado por lo que veía. Estaba resuelto
a disfrutar hasta el máximo de estas vacaciones de una semana en una isla tropical, primera aventura
verdadera desu vida. Antes de emprender el viaje, se había tragado dos gruesas guías de Mauricio y
había estudiado la isla de Norte a Sur en un mapa a gran escala.
Cruzaron una aldea, donde empezaban los campos de caña de azúcar. En las entradas de las
casitas de campo a orillas de la carretera, vio indios, chinos y negros, y mestizos criollos, viviendo
unos al lado de los otros. Templos hindúes ysantuarios budistas se alzaban a pocos metros de una
iglesia católica, carretera abajo. Sus libros le habían informado de que Mauricio era una mezcla racial
de media docena de grupos étnicos principales y cuatro grandes religiones, pero nunca había visto una
cosa semejante, al menos viviendo en santa compañía.
Cruzaron más aldeas, pobres y, desde luego, sucias; pero los lugareños sonreían y lessaludaban
con la mano. Murgatroyd correspondía a su saludo. Cuatro gallinitas flacas se apartaron aleteando al
acercarse el taxi, librándose por milímetros de la muerte, y, al mirar él hacia atrás, vio que estaban de
nuevo en la carretera, picoteando en el polvo una comida al parecer inverosímil. El coche redujo la
marcha en un recodo. Un muchachito tamil, en camisa, salió de una choza, se plantójunto a la cuneta
y arremangó aquella prenda hasta la cintura. Debajo, no llevaba nada. Se puso a hacer pipí en la
carretera, al pasar el taxi. Sujetándose la camisa con una mano, saludó con la otra. Mrs. Murgatroyd
lanzó un bufido.
—¡Qué asco! —exclamó. Se inclinó hacia delante y tocó el hombro del conductor—. ¿Por qué no
lo hace en el retrete? —preguntó.
El chofer echó la cabeza atrás y se...
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