El Espejo Negro

El Espejo Negro.

Estoy solo,
Y no hay nadie en el espejo.
Jorge Luis Borges.








Paseo mi mirada por mis viejos libros. Tomo uno y me recuesto a leer en medio de esta noche lluviosa.

Hojeo Música para Camaleones, del genial Truman Capote. Hace tanto que lo leí que es como si se tratara de un libro nuevo.

No reproduzco textualmente, sólo retomo –robo- retazos, y los armosegún me los dicta la memoria:

En la calurosa tarde caribeña, la elegante y aristócrata criolla -septuagenaria pero aún bella- toca al piano una sonata de Mozart para confirmar su aseveración: docenas de pequeños camaleones multicolores (casi todos verdes, algunos rojos, detalla Capote) entran desde el jardín hasta la estancia y rodean a la elegante dama, presos del hechizo de su notas.

Unavez vencida la sorpresa inicial, el escritor de gruesos lentes, sombrero panamá e inmaculado traje blanco de hilo, a tono con su piel, repara en un objeto de la sala.

- Veo que está mirando mi espejo negro. Perteneció a Gauguin, quien, como usted sabe, vivió en Martinica antes de irse con los polinesios. Eran artefactos muy comunes entre los artistas. Van Gogh y Renoir tenían el suyo. Lesservía para renovar su reacción al color, para descansar la vista. Yo lo uso con frecuencia, me resulta relajante.



(|(

Al releer la historia de Capote, y sumergirme con él en las profundidades del espejo negro, mi mente me hace una de esas jugadas con que suele divertirse a mis costillas.

No estoy más en mi casa. Tampoco estoy con Capote en La Martinica.

Como Alicia, me he metido en elespejo negro de mis recuerdos.

Me detengo.

Me distraigo.

Rectifico.

Me cuestiono.

¿Son míos, mis recuerdos?

¿Me pasaron a mí, en algún momento concreto de mi historia personal?

O quizás, me fueron implantados, como en Blade Runner, cuando Deckard descubre que fue sembrado en su mente el falso recuerdo de un unicornio blanco que cabalga en el bosque sombrío…

¿Soy acaso unreplicante?

Ha sido un desesperado intento de mi mente para escapar del embrujo, el sujetarme a esta imagen para no despeñarme en las trampas del espejo negro.

Sin embargo, mis uñas no pueden aferrarse más al desgastado marco (ahora entiendo por qué está tan ajado; no he sido el único que intentó aferrarse, para no caer).

Me precipito en espiral, como Alicia, por ¿mis? recuerdos.



(|(Soy un niño. No sé mi edad, pero no importa. Tengo la suficiente para ser un husmeador impertinente, y los medios para saciar mi curiosidad, pero aún no he crecido lo suficiente como para medir los riesgos, ni para que las cosas dejen de sorprenderme.

Deben ser las últimas horas de luz de uno de esos domingos veraniegos, interminables y aburridos. Los adultos descansan la comilona entrecharlas apagadas y algún ronquido, mientras los menores tratamos de matar el tiempo jugando a las escondidas; para eso no hay quien me gane; siempre fui el último en salir de su escondite, cuando los demás ya se habían aburrido y cambiado el juego.

Estoy en una habitación que no reconozco como de mi casa, pero que me resulta extrañamente familiar. Debe ser la casa de alguien más, y la he visitadoel suficiente número de veces como para saber que no debería estar ahí.

En esos momentos debo estar solo, porque no recuerdo cerca a ningún adulto inoportuno. Son otros tiempos, diferentes a los de hoy, tan contaminados con paranoia paterna. Antes los niños éramos dejados en libertad, mientras no hubiera muchos gritos, o escándalo de cosas rotas (y los chicos de esas épocas pronto aprendíamos adivertirnos sin hacer demasiado ruido, para no ser molestados).

Un gran ventanal debería dar suficiente iluminación, pero parece ser que la luz está castigada en este cuarto, y su paso es severamente restringido. Pesadas cortinas, donde se acumula el polvo y los años. Persianas de madera en las ventanas dejan entrar apenas estrechas franjas de luz polvosa que dan a los muebles un aspecto...