El Espejo
Si perder un minuto, a las siete y media, emprende el viaje. Él nunca llegaba tarde. Aprovechaba los seis pisos deascensor para sintonizar su radio preferida en su reproductor de música; le gustaba aislarse de los ruidos y sonidos de la ciudad. Ya en la calle siempre seguía el mismo camino, ya era familiar. Caminabasin pensar, como en “piloto automático”. Todas las mañanas repetía los mismos pasos.
En el camino cruzaba a las mismas personas, que cumplían con sus rutinas de todos los días, al igual que él. Lesarrojaba una mirada fría, de indiferencia, que en el fondo reflejaba la tranquilidad de que todo permanecía igual al día anterior.
Al llegar a la subida de la calle Maure, apuraba un poco el paso. Leagradaba el leve ardor en las piernas que producía el esfuerzo de subir la calle cuesta arriba.
Casi sin pensarlo ya se encontraba en el colegio. Ese lugar donde se reunía con los suyos. Subió los dospisos por la estrecha escalera, saludando en el camino a los de siempre.
Al llegar al aula se encontraba con sus compañeros, los más cercanos a él, de los de chomba celeste. Solo una cosa le causabainquietud, las mujeres. Ellas no estaban en el aula. Se pasaban hasta último momento en su baño, riendo y charlando entre ellas. El baño de las mujeres, aquel lugar prohibido al cual desde que tienememoria le habían inculcado que no debía entrar, siquiera espiar su interior. Esto aumentaba su intriga de que hacían las mujeres ahí adentro, que las entretenía tanto.
Esa misma mañana hubo una...
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