El Faunito

Páginas: 5 (1025 palabras) Publicado: 26 de abril de 2013

Eduardo Gudiño Kieffer

Nacio el 2 de noviembre de 1935 en Esperanza, Buenos Aires, Y falleció el 20 de septiembre de 2002 en Buenos Aires, Argentina.
Fue un periodista y escritor argentino, Eduardo Gudiño Kieffer estudió en Argentina y en París antes de establecerse definitivamente en Buenos Aires.

Ganador de premios como el Affinités, el Pluma de Plata del Pen Club o el EstebanEcheverría de 1999, Gudiño colaboró también con numerosos diarios, como La Nación o La Prensa, entre otros.

A lo largo de su carrera literaria, Gudiño publicó tanto cuentos -recogidos en varias antologías-, como novela, ensayo y hasta guión cinematográfico

l telófono sonó una vez, dos veces, tres veces. Descolgué el tubo y me quedé mirándolo. Hola, hola, conteste, decía una voz del otro lado.Después un clic. Yo miraba el teléfono negro. Hay teléfonos blancos y teléfonos colorados y algunos muy modernos. Pero el mío era negro. Yo lo miraba. No iba a colgar el tubo. De pronto estaba cansado del teléfono, harto del teléfono, podrido del teléfono. No sé por qué. Tal vez porque una voz del otro lado no me bastaba, tal vez porque de pronto sentía la necesidad de ver y de tocar a ese otro quehabía dicho nada más que hola, hola, conteste. Pero si yo contestaba iba a tener que conformarme con la voz, la voz zumbándome en la oreja y metiéndoseme adentro para decirme cosas que yo entendería. Pero nada más que la voz. Me levanté, fui al lavadero, busqué un martillo, destrocé el teléfono a martillazos. Allí se quedaron los pedacitos negros, algunas rueditas, tornillos, esas cosas. Amartillazos. Y me sentí más tranquilo, casi contento. Y me senté en el sillón de hamaca.
Estuve hamacándome un rato largo, mirando los pedazos negros del teléfono negro, las rueditas, los tornillos, esas cosas. Hamacándome, hamacándome, hamacándome. Hasta que en un momento me di cuenta de que me estaba hamacando en mi sillón favorito. Mi sillón estaba debajo de mi traste, yo lo impulsaba y el sillón mehamacaba, me hamacaba, me hamacaba. ¿Por qué me estaba hamacando? Busqué el serrucho y en media hora reduje mi sillón favorito a unas maderitas que eché al fuego. El fuego chisporroteó, se puso contento. Como yo, que no tenía más mi sillón favorito, que estaba contento porque ya no tenía mi sillón favorito.
¿Qué iba a hacer ahora? ¿Qué se puede hacer en un domingo de lluvia?
Saqué, al azar, unlibro de la biblioteca y me puse a leer. Le conflit des interprétations, esos ensayos sobre hermenéutica sobre Paul Ricoeur. Siempre me gustó la filosofía, y este Ricouer me interesaba por su problemática del doble sentido que desemboca de las discusiones contemporáneas sobre el estructuralismo y la muerte del sujeto. Por un rato estuve de verdad metido en la cosa, hasta que leí esa frase querecuerdo de memoria (La lecture de Freud est en même temps la crise de la philosophie du sujet tel quil sapparait dabord à lui même à titre de conscience; elle fait de la conscience, non une donée, mais un problème et une tâche. Le "Cogito" véritable doit être conquis sur tous les faux "Cogito" qui le masquent). Tenía razón. Pero justamente porque tenía razón ¿para qué seguir leyendo? Arrojé el libro alfuego, el fuego se lo comió en un ratito. Era un lindo espectáculo. Busqué los otros libros, y se los tiré uno a uno, el fuego tenía un hambre loca y yo, a medida que quemaba los libros, me sentía más, más, cada vez más liviano.
Después, también con el martillo, rompí el televisor.
Pensé en quemar la casa pero me dio lástima, estoy en el piso seis, se incendiarían los cinco de abajo y los cuatrode arriba, iba a ser una catástrofe, se moriría alguien tal vez y no me gusta que la gente se muera. Menos aún que se muera por mi culpa.
Entonces salí a la calle. Iba dando patadas a todos los autos estacionados a lo largo de la vereda. Pensaba en el magnífico espectáculo que ofrecería una hoguera en la que ardieran los cientos de miles de automóviles de Buenos Aires. Rojo, reflejos de rojo,...
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