el fin de los escribas

Páginas: 397 (99244 palabras) Publicado: 17 de junio de 2014
GLENN COOPER

El fin de los escribas

Prólogo

1775, isla de Wight
Sujeta bien el candil —le dijo el anciano a la joven.
Aullaba el viento y las pálidas nubes iluminadas por la luz de la luna
parecían surcar el cielo como un barco de tres palos en una tempestad.
Cerca, el mar se revolvía estrepitosamente.
Observaban cómo dos braceros colmados de ron cavaban un hoyo en la
tierraendurecida y helada de enero.
—¿Seguro que es aquí?
La muchacha asintió, pero el anciano vio en su rostro que no lo decía
muy segura.
Se tapó bien el cuello con la capa y dijo:
—Si me engañas, mañana volverás a la casa del barón y no sabrás más
de mí.
Los dientes de ella empezaron a castañetear.
Uno de los braceros quiso ayudar, aunque el alcohol que le había dado el
anciano le impidió hablarcon claridad.
—Corren leyendas sobre este sitio, caballero. Desde que yo era un crío.
No me extrañaría nada que lo que dice la joven fuese verdad.
—En ese caso —repuso el anciano—, ¿por qué ni vosotros ni ningún
isleño lo ha investigado?
—Por miedo —intervino el otro bracero—. Aquí había un monasterio.
Se habla de fantasmas de monjes encapuchados que merodean por el lugar
hacia lamedianoche, es decir, más o menos ahora. Hay que estar loco para
venir aquí.
—Entonces ¿por qué habéis accedido a acompañarnos esta noche?
—Nunca nadie se había ofrecido a pagarnos, ¿verdad? —repuso el
primero—. Claro que, como haya algo ahí abajo, tendrá que arreglárselas
solo.
El anciano miró la alta escalera que habían llevado. Dudaba que pudiera

bajar por ella con su pie gotoso, pero tambiéndudaba que fueran a
encontrar algo, en cuyo caso lo esperaba una cama confortable en la posada
de Fishbourne.
Las paladas de tierra fueron formando un montículo.
—Usted no es de por aquí, ¿eh? —inquirió el segundo hombre.
—No, soy del otro lado del océano, de Filadelfia.
—¿Ah, sí? —dijo el hombre—. Cuando estalle la guerra, ¿de qué lado
estará?
El anciano suspiró.
—Yo no quiero la guerra.Confío en que no se derrame sangre, pero, si
me veo obligado a elegir un bando, lo haré.
El hombre no se dio por satisfecho.
—Si no está usted a favor del rey, me niego a seguir cavando.
El sonido metálico de la pala al topar con piedra los alertó a todos y
permitió al anciano eludir la respuesta.
—¿Es grande? —preguntó el otro de los que cavaban.
El chirrido de la pala reveló que, enefecto, lo era.
—Limpiadlo —ordenó el anciano—. Que veamos dónde están los
bordes.
Al cabo de un rato supieron que habían encontrado una losa de buen
tamaño lindante con otra.
—¡Meted la pala por debajo! —exhortó el anciano—. A ver si podéis
moverla.
La muchacha se acercó balanceando el candil, que proyectó luces y
sombras sobre la dolerita. El anciano la vio cerrar los ojos con fuerza.¿Rezaba?
Levantaron la piedra unos centímetros y le pidieron a la joven que
acercara la luz. El borde de la piedra parecía descansar en un recio
travesaño. Debajo, la oscuridad era absoluta.
—¡Santo cielo! —exclamó uno de los braceros—. Esto es obra del
hombre.
—¡Seguid levantándola! —ordenó el anciano—. Pero no la dejéis caer;
deslizadla hacia un lado.
Eso hicieron, y quedó al descubierto unhoyo lo bastante grande para que
cupiera un hombre.
—Abigail —dijo el anciano—, túmbate, mete el candil en el agujero y
dime si ves algo.

Ella hizo lo que le pedía sin titubear, pero los braceros comenzaron a
retroceder. El anciano se deshizo en improperios, pero, como debía sujetar
a la muchacha de los tobillos para que no resbalara, no pudo ver adónde
iban.
—¿Ves algo, hija?
—¡Libros!—gritó ella—. Montones de libros. Hay una biblioteca ahí
abajo, ¡como yo le había dicho!
Se levantó. A la luz del candil, el anciano vio su rostro surcado por
lágrimas de alivio.
—Supongo que habrá que bajar, ¿no? —dijo—. Hombres, coged la
escalera.
Pero los braceros huían a buen paso y ya estaban a metros de distancia.
—¿Adónde vais? —gritó el anciano al viento.
—Como le hemos dicho,...
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