El Grumete

Páginas: 16 (3951 palabras) Publicado: 1 de julio de 2013
“EL GRUMETE” de María Esther de Miguel
De modo que ha llegado. Cuántos años aguardándolo. Diez. Diez vidas. Ahora están aquí, por fin. He visto las velas de sus naves en la costa, bajo la bendita luz del alba. Y después los vi a ellos, calzas negras y jubones blancos, sayos de terciopelo al viento, hundiendo sus borceguíes en la arena; estoques, espadas y pabellones revolviendo el aire.Vestidos para fiesta vienen. Estrenan esta tierra. Es lindo verlos, pobres ilusos.
Porque todo es anomalía en este continente. Si lo sabré yo, el único que queda de los otros.
También nosotros llegamos así, el alma lleno de esperanzas, la escarcela vacía de maravedíes. Cambiamos el océano por este río ancho como el mar. Su calmería sedujo al capitán (engañoso era el río; y barriento). Los gestosamistosos de los indios lo halagaron (mendaces, tales indios). Pobre incauto: aborígenes y agua lo convencieron para mal de tantísimos.
En el bote de la nave mayor, bajamos. Yo entre ellos. No por valiente, sino por ambicioso. Pero ¿quién podía presumir que esa generación pagana era comedora de hombres?
Palos nos recibieron y flechazos. Linda acogida para conquistadores presumidos. Un aquelarre.Yo sólo oí el ay, ay, ay, de Solís y su gente entre el humo de las fogatas y después el insidioso olor del asado revolviendo mis entrañas.
Horrible. Pero desto, sólo testigos muertos.
¿Que cómo me salvé? Virtudes de la flacura y de los pocos años. En una caponera me pusieron a engordar.
Dios fue servido de que no me muriese. Pueblo muy belicoso el de estos aborígenes. Mala entraña la suya.Pero yo desparramé padrenuestros de vidrio azul y sonrisas, curé heridas según la antigua usanza de mi raza y el afán por aprender su lengua ablandó resquemores. Mi obediencia mandó sosegar la natural maldad y el tratamiento mejoró.
Un día perforé orejas y nariz, y pinté mi cara. Ropa ya no tenía: me acostumbré a la desnudez sin vergüenza ni pecado de esta gente. Así, fui intocable. ¿Cómo me ibana comer, si era uno de ellos?
Otro día me interné en el monte. Solo.
En esta tierra de la lujuria y la abundancia, harta hambre pasé. Calidad de hembra arisca la de este país, a fe mía. Bastimentos para comer, todo y nada. Endurecí mi estómago: me mantuvieron la miel, los yuyos, pescados y otras viandas extrañas. Conocí las virtudes del abatí y el cardo y las culebras jóvenes. Aprendí tretas.Por ejemplo: los monos se suben a los altos árboles y asidos de la cola, con pies y manos sacuden los frutos. Puercos monteses esperan, abajo, y se los quitan. Yo también esperé. Tuve así bastimento seguro.
Sin paradero propio, cercado de peligros, me volví astuto. Y sabio: conocí pájaros que chiflan las órdenes de Dios, y mujeres antropófagas y otras que fajaban sus piernas con hilos para queparecieran más gruesas y otras que alimentaban a sus hijos por la espalda (tan grandes eran sus mamas) y aborígenes bebedores de sangre y otros que comen bollos de barro cocido al rescoldo, untados con aceite de pescado y otros habituados a cortar las coyunturas de sus dedos por cada deudo muerto (vi algunos: manos y pies, muñones) y otros, flecheros de flechas ponzoñosas. Y tantos.
Cierto día,una mujer se aficionó a mí. Su inocencia bárbara y fresca me conquistó. La india salió con la suya y tuve compañía: me preparaba tortas de maíz, quitó las niguas dentro de mis uñas, curó heridas, espantó alimañas. Cuidados y placer ¿qué más podía pedir?
Por supuesto, a veces recordaba. Dios, cuántas lágrimas, entonces. Detrás de la montaña líquida, la tierra, tan lejana, los mesones del puertodador de mi apellido (por ausencia del padre). El nombre, el del santo elegido por mi madre, si no olvidado, nadie lo usaba ya. Nadie más que yo: por las noches, como para hacer patente filiación y destino, me decía: Francisco, Francisquito del Puerto, un día volverán.
Y volvieron. A Dios gracias.
Los veo barloventeando por el río ancho y barroso, buscando. ¿Qué? Me imagino, vaya. Suerte,...
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