El hacedor de la lluvia
Hermann Hesse - 1947
Traducción del original alemán por Mariano S. Luque, para Aguilar S.A. de Ediciones
Tomado de la sexta edición de «El libro de bolsillo», Alianza Editorial. Madrid, 1984
Hace de esto miles de años; eran los tiempos del matriarcado. En el linaje y en la familia se rendía acatamiento y obediencia a la madre y a la abuela y era más apreciada unaniña que un niño en los nacimientos.
En la aldea reinaba una anciana de cien años o más, a la que todos honraban y tenían como su soberana, aunque pocos recordaban haberla visto mover un dedo o pronunciar una palabra. Podía contemplársela con frecuencia sentada a la entrada de su choza, rodeada de solícitos parientes y de mujeres llegadas de la aldea para ofrecerle sus respetos, para contarle suscuitas, para presentarle sus hijos y pedir para ellos su bendición; a ella acudían las que estaban encinta, rogándole que impusiera sus manos sobre el futuro de sus vientres y pusiera nombres a lo que esperaban. La anciana imponía unas veces las manos, otras se limitaba a mover la cabeza asintiendo o se quedaba inmóvil. Pocas veces hablaba; se limitaba a estar: estar solamente sentada,presidiéndolo todo con el apergaminado y noble rostro, que enmarcaban los blancos y finos mechones de sus cabellos pajizos, con sus ojos présbitas, y recibiendo homenajes, regalos, ruegos, noticias, quejas. Parecía una estatua sedente. Todos la sabían madre de siete hijas, abuela y bisabuela de numerosos nietos y bisnietos. Allí estaba sentada, mostrando en sus pronunciadas arrugas y tras la morena frentetoda la sabiduría, la tradición, el derecho, las costumbres y la honra de la aldea.
Era una tarde de primavera, nublada y prematuramente anochecida. A la puerta de la choza de barro se hallaba sentada no la anciana matriarca, sino su hija, la cual aparecía no menos digna y hierática y poco menos vieja que su madre. Estaba descansando junto al umbral; era su asiento una piedra pulida por el roce, ala que en el tiempo frío cubría una piel, y en derredor, sentados en semicírculo sobre la arena o sobre la hierba, había un grupo de niños y de mujeres con sus críos; venían a sentarse allí todas las tardes en que no llovía o helaba, pues gustaban de oír narrar historias o entonar canciones a la hija de la matriarca. Esto mismo había hecho su madre en tiempos pasados; ahora era demasiado vieja, ycon los años se había vuelto poco comunicativa; por esto, la hija contaba consejas, en su lugar, y con los cuentos e historias había heredado también su voz, su figura, la serena dignidad de su porte, de sus movimientos y de su verbo, y los más jóvenes entre sus oyentes la conocían mejor que a su madre, sin saber otra cosa sino que la mujer que allí estaba sentada había heredado aquella humildetribuna de la otra, la matriarca, y que narraba la historia y las costumbres de la raza. De su boca manaba al atardecer el manantial de la sabiduría; ella conservaba bajo sus blancos cabellos el tesoro del linaje; tras su vieja frente, dulce y temida a la vez, habitaba el espíritu y se encerraban los anales de la comunidad. Si alguien sabía algo, si conocía algún proverbio o historia, de ella lohabía aprendido. Fuera de ella y de la anciana matriarca no había más que otro iniciado en los misterios de la tribu, pero éste permanecía oculto, era un hombre enigmático y taciturno: el hombre que producía la lluvia y el buen tiempo.
Entre los oyentes estaba sentado también Knecht, un zagal, y junto a él una muchachita que atendía por Ada. El rapaz apreciaba mucho a la muchacha y laacompañaba y protegía con frecuencia, no por amor precisamente, pues no le conocía por ser aún muy niño, sino porque era hija del hombre que producía la lluvia. knecht le admiraba más que a nadie, después de la matriarca y de su hija. Pero éstas eran mujeres. A éstas se las podía honrar y temer, pero no se podía pensar ni abrigar la esperanza de llegar a ser lo que eran. El hacedor de la lluvia era...
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