El hijo del vampiro

El hijo del Vampiro
Probablemente todos los fantasmas sabían que Duggu Van era un vampiro. No le tenían miedo pero le dejaban paso cuando él salía de su tumba a la hora precisa de medianoche y entraba al antiguo castillo en procura de su alimento favorito.
El rostro de Duggu Van no era agradable. La mucha sangre bebida desde su muerte aparente —en el 1060, a manos de un niño, nuevo David armadode una honda-puñal— había infiltrado en su opaca piel la coloración blanda de las maderas que han estado mucho tiempo debajo del agua. Lo único vivo, en esa cara, eran los ojos. Ojos que en la noche de lo ocurrido se fijaron en la figura de Lady Vanda, que yacía dormida como un bebé en el lecho que no conocía más que su liviano cuerpo.
Duggu Van caminando sin hacer ruido, ya que nadie oyóabsolutamente nada, ni la mismísima Lady Vanda que se encontraba en la habitación. La mezcla de vida y muerte que informaba el corazón de Duggu Van se resolvía en cualidades inhumanas. Vestido de azul oscuro, acompañado siempre por un silencioso séquito de perfumes rancios, el vampiro paseaba por las galerías del castillo buscando vivos depósitos de sangre. La industria frigorífica lo hubiera indignado.Lady Vanda, dormida, con una mano ante los ojos como en una premonición de peligro, semejaba un bibelot repentinamente tibio. Y también un césped propicio, o una cariátide.
Loable costumbre en Duggu Van la de no pensar nunca antes de la acción. En la estancia y junto al lecho, desnudando con levísima carcomida mano el cuerpo de la rítmica escultura de Lady Vanda, la sed de sangre principió aceder.
Que los vampiros se enamoren es cosa que en la leyenda permanece oculta. Si él lo hubiese meditado, su condición tradicional lo habría detenido quizá al borde del amor, limitándolo a la sangre higiénica y vital. Mas Lady Vanda no era para él una mera víctima destinada a una serie de colaciones. Pero la belleza irrumpía de su figura ausente, batallando, en el justo medio del espacio que separabaambos cuerpos, con hambre.
Sin tiempo de sentirse perplejo ingresó Duggu Van al amor con voracidad estrepitosa. El atroz despertar de Lady Vanda se retrasó en un segundo a sus posibilidades de defensa, y el falso sueño del desmayo hubo de entregarla, blanca luz en la noche, al amante.
Antes de marcharse, el vampiro no pudo con su vocación e hizo una pequeña sangría en el hombro de la desvanecidacastellana.
En el castillo hubo congreso de médicos y peritajes poco agradables y sesiones conjuratorias y anatemas, en el cual me encontraba, bebiendo ginebra con mi naturalidad emosionante, Miss Wilkinson es mi nombre y soy una enfermera inglesa. Lady Vanda estuvo largo tiempo entre la vida y la muerte. La hipótesis de una pesadilla demasiado verista quedó abatida ante determinadas comprobacionesoculares; y, además, cuando transcurrido un lapso razonable, la dama tuvo la certeza de que estaba encinta.
Puertas cerradas con Yale habían detenido las tentativas de Duggu Van. El vampiro tenía que alimentarse de niños, de ovejas, hasta de cerdos. Pero era como si toda la sangre le pareciera agua al lado de aquella de Lady Vanda. Una simple asociación, de la cual no lo libraba su carácter devampiro, exaltaba en su recuerdo el sabor de la sangre donde había nadado, goloso, el pez de su lengua. Duggu Van estaba sensiblemente desmejorado porque no había podido volver a ver a Lady Vanda, sus pasos se oían una y otra vez llevándolo a la galería terminada en la redonda burla amarilla de la yale.
De seguro el pesara—horizontal y húmedo en su nicho de piedra— que quizá Lady Vanda fuera a tenerun hijo de él. El amor recrudeciendo en el más que el hambre. Soñando su fiebre con violaciones de cerrojos, secuestros, con la erección de una nueva tumba matrimonial de amplia capacidad. El paludismo se ensañaba en él ahora.
Su hijo crecía, pausado, en Lady Vanda. Hasta que una tarde la oí solar un grito. Encontrándola pálida, desolada. Se tocaba el vientre cubierto de raso, decía:
—Es como su...