El hombre que amaba los perros

Páginas: 944 (235758 palabras) Publicado: 16 de diciembre de 2014
LEONARDO PADURA
Primera parte
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6
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9
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Segunda parte
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19
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Tercera parte
Apocalipsis
29
30
NOTA MUY AGRADECIDA

LEONARDO PADURA
EL HOMBRE QUE AMABA A LOS PERROS

Treinta años después, todavía, para Lucía

Esto sucedió cuando solo los muertos sonreían alegres por haber hallado al fin sureposo...
Anna Ajmátova, Réquiem
La vida [...] es más ancha que la historia.
Gregorio Marañón, Historia de un resentimiento

Londres, 22 de agosto, 1940 (TASS).— La radio londinense ha comunicado hoy: «En un hospital de la Ciudad de México, murió León Trotski de
resultas de una fractura de cráneo producida en un atentado perpetrado el día anterior por una persona de su entorno más inmediato».Leandro Sánchez Salazar: ¿Él no estaba desconfiado?
Detenido: No.
L.S.S.: ¿No pensó que era un indefenso anciano y que usted estaba obrando con toda cobardía?
D.: Yo no pensaba nada.
L.S.S.: De donde él alimentaba a los conejos se fueron caminando, ¿de qué hablaban?
D.: No me acuerdo de si iba hablando o no.
L.S.S: ¿El no vio cuando tomaste el piolet?
D.: No.
L.S.S: Inmediatamente despuésde que le asestaste el golpe, ¿qué hizo este señor?
D.: Saltó como si se hubiera vuelto loco, dio un grito como de loco,el sonido de su grito es una cosa que recordaré toda la vida. L.S.S: Di cómo hizo, a ver.
D.: ¡A...a...a...ah...! Pero muy fuerte.
(Del interrogatorio al que el coronel Leandro Sánchez Salazar, jefe del servicio secreto de la policía de México D.R, sometió a Jacques MornardVandendreschs,
o Frank Jacson, presunto victimario de León Trotski, la noche del viernes 23 y la madrugada del sábado 24 de agosto de 1940.)

Primera parte

1
La Habana, 2004
—Descansa en paz —fueron las últimas palabras del pastor.
Si alguna vez esa frase gastada, tan impúdicamente teatral en la boca de aquel personaje, había tenido algún sentido fue en ese preciso instante, mientras lossepultureros, con despreocupada habilidad, bajaban hacia la fosa abierta el ataúd de Ana. La certeza de que la vida puede ser el peor infierno, y de que con aquel
descenso se esfumaban para siempre todos los lastres del miedo y el dolor, me invadió como un alivio mezquino y pensé si de algún modo no estaba envidiando el
tránsito final de mi mujer hacia el silencio, pues hallarse muerto, total yverdaderamente muerto, puede ser para algunos lo más parecido a la bendición de ese Dios con
el que Ana, sin demasiado éxito, había tratado de involucrarme en los últimos años de su penosa vida.
Apenas los sepultureros terminaron de correr la losa y se dedicaron a colocar sobre la lápida las coronas de flores que los amigos sostenían en sus manos, di
media vuelta y me alejé, dispuesto aescaparme de nuevos apretones en el hombro y de las consabidas expresiones de condolencia que siempre nos sentimos obligados
a soltar. Porque en ese momento todas las demás palabras del mundo sobraban: solo la fórmula manida del pastor tenía un sentido y yo no quería perderlo. Descanso y
paz: lo que Ana al fin había obtenido y lo que yo también reclamaba.
Cuando me senté dentro del Pontiac a esperarla llegada de Daniel, supe que estaba al borde del desmayo y tuve el convencimiento de que si mi amigo no me
sacaba del cementerio, yo habría sido incapaz de encontrar una salida hacia la vida. El sol de septiembre quemaba el techo del auto, pero no me sentí en condiciones
de moverme hacia otro sitio. Con las pocas fuerzas que me quedaban cerré los ojos para controlar el vértigo de extravío yfatiga, mientras percibía cómo un sudor de
emanaciones acidas bajaba desde mis párpados y mis mejillas, manaba de mis axilas, mi cuello, mis brazos, encharcaba mi espalda calcinada por el asiento de vinil,
hasta convertirse en una corriente cálida que fluía por el precipicio de las piernas en busca del pozo de los zapatos. Pensé si aquella sudoración fétida y el inmenso
cansancio no serían el...
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