El hombre que calculaba
ierta vez volvía, al paso lento de micamello, por el camino de Bagdad, de una excursión a la famosa ciudad de Samarra, en las márgenes del Tigris, cuando vi, sentado en una piedra, a un viajero modestamente vestido, queparecía reposar de las fatigas de algún viaje.
- Disponíame a dirigir al desconocido el " zalam " trivial de los caminantes, cuando con gran sorpresa le vi levantarse y pronunciarlentamente:
- Un millón cuatrocientos veintitrés mil, setecientos cuarenta y cinco.
Sentóse enseguida y quedó en silencio, la cabeza apoyada en las manos, como si estuvieraabsorto en profunda meditación.
Me paré a corta distancia y me puse a observarle como lo habría hecho frente a un monumento histórico de tiempos legendarios.
Momentos después selevantó, nuevamente, el hombre, y, con voz clara y pausada, enunció otro número igualmente fabuloso:
- Dos millones, trescientos veintiún mil, ochocientos sesenta y seis.
Y así,varias veces, el extravagante viajero, puesto de pie, decía un número de varios millones, sentándose en seguida en la tosca piedra del camino.
Sin saber refrenar la curiosidadque me aguijoneaba, me aproximé al desconocido, y después de saludarlo en nombre de Alah (con Él en la oración y en la gloria), le pregunté el significado de aquellos números quesólo podrían figurar en proporciones gigantescas.
¡Forastero! – respondió el “Hombre que calculaba”-, no censuro la curiosidad que te llevó a perturbar la marcha de mis cálculos yla serenidad de mis pensamientos. Y, ya que supiste ser delicado al hablar y al pedir, voy a satisfacer tu deseo. Para eso necesito, sin embargo, contarte la historia de mi vida.
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