el hombre que confundio a su mujer con un sombrero
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El doctor P. era un músico distinguido, había sido famoso como
cantante, y luego había pasado a ser profesor de la Escuela de Música
local. Fue en ella, en relación con sus alumnos, donde empezaron a
producirse ciertos extraños problemas. A veces un estudiante se
presentaba al doctor P. y el doctor P. no lo reconocía; o, mejor, noidentificaba su cara. En cuanto el estudiante hablaba, lo reconocía por
la voz. Estos incidentes se multiplicaron, provocando situaciones
embarazosas, perplejidad, miedo... y, a veces, situaciones cómicas.
Porque el doctor P. no sólo fracasaba cada vez más en la tarea de
identificar caras, sino que veía caras donde no las había: podía ponerse,
afablemente, a lo Magoo, a dar palmaditas en lacabeza a las bocas de
incendios y a los parquímetros, creyéndolos cabezas de niños; podía
dirigirse cordialmente a las prominencias talladas del mobiliario y
quedarse asombrado de que no contestasen. Al principio todos se
habían tomado estos extraños errores como gracias o bromas, incluido
el propio doctor P. ¿Acaso no había tenido siempre un sentido del
humor un poco raro y cierta tendencia abromas y paradojas tipo Zen?
Sus facultades musicales seguían siendo tan asombrosas como
siempre; no se sentía mal... nunca en su vida se había sentido mejor; y
los errores eran tan ridículos (y tan ingeniosos) que difícilmente podían
considerarse serios o presagio de algo serio. La idea de que hubiese
«algo raro» no afloró hasta unos tres años después, cuando se le
diagnosticó diabetes.Sabiendo muy bien que la diabetes le podía
afectar a la vista, el doctor P. consultó a un oftalmólogo, que le hizo un
cuidadoso historial clínico y un meticuloso examen de los ojos. «No tiene
usted nada en la vista», le dijo. «Pero tiene usted problemas en las zonas
visuales del cerebro. Yo no puedo ayudarle, ha de ver usted a un
neurólogo. » Y así, como consecuencia de este consejo, eldoctor P.
acudió a mí.
Se hizo evidente a los pocos segundos de iniciar mi entrevista con él
que no había rastro de demencia en el sentido ordinario del término.
Era un hombre muy culto, simpático, hablaba bien, con fluidez, tenía
imaginación, sentido del humor. Yo no acababa de entender por qué lo
habían mandado a nuestra clínica.
Y sin embargo había algo raro. Me miraba mientras le hablaba,estaba orientado hacia mí, y, no obstante, había algo que no encajaba
del todo... era difícil de concretar. Llegué a la conclusión de que me
abordaba con los oídos, pero no con los ojos. Éstos, en vez de mirar, de
observar, hacia mí, «de fijarse en mí», del modo normal, efectuaban
fijaciones súbitas y extrañas (en mi nariz, en mi oreja derecha, bajaban
después a la barbilla, luego subían a miojo derecho) como si captasen,
como si estudiasen incluso, esos elementos individuales, pero sin verme
la cara por entero, sus expresiones variables, «a mí», como totalidad. No
estoy seguro de que llegase entonces a entender esto plenamente, sólo
tenía una sensación inquietante de algo raro, cierto fallo en la relación
normal de la mirada y la expresión. Me veía, me registraba, y sinembargo...
—¿Y qué le pasa a usted? —le pregunté por fin.
—A mí me parece que nada —me contestó con una sonrisa— pero
todos me dicen que me pasa algo raro en la vista.
—Pero usted no nota ningún problema en la vista.
—No, directamente no, pero a veces cometo errores.
Salí un momento del despacho para hablar con su esposa. Cuando
volví, él estaba sentado junto a la ventana muy tranquilo, atento,escuchando más que mirando afuera.
—Tráfico —dijo— ruidos callejeros, trenes a lo lejos... componen
como una sinfonía, ¿verdad, doctor? ¿Conoce usted Pacific 234 de
Honegger?
Qué hombre tan encantador, pensé. ¿Cómo puede tener algo grave?
¿Me permitirá examinarle?
—Sí, claro, doctor Sacks.
Apacigüé mi inquietud, y creo que la suya, con la rutina
tranquilizadora
de
un
examen...
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