El hombre que hacía llover

EL HOMBRE QUE HACIA LLOVER
Por: Armando Alfaro Torres


Cuando terminé la secundaria allá en San Luis Potosí, nuestro buen maestro nos dijo que lo buscáramos cuando estuviéramos en medio de alguna dificultad. Al poco tiempo murió mi padre y la situación económica se hizo tan insostenible que me vi obligado a buscar trabajo. Siendo el hijo mayor tuve que dejar los estudios para llevar elsustento a mi pobre madre y a mis pequeños hermanos. Un día me encontré cara a cara con mi antiguo profesor en la calle. Luego de saludarnos afectuosamente me invitó a comer y ahí le hable de mi problema y de mi necesidad de trabajar. Me llevó a su oficina – era Ministro de Educación del Estado- y me preguntó qué quería hacer. Yo le contesté que como mi situación era difícil Estaba dispuesto atrabajar en cualquier cosa. Así pues, salí de su oficina con un flamante nombramiento de maestro rural en la sierra potosina.
Al día siguiente, loco de contento, con la bendición de mi madre, unos pesos en el bolsillo y algunos enseres en una pequeña mochila dejé mi casa y mi familia y me lancé a la novedosa aventura.



*En la primavera de 1996 el escritor Herminio Martínez contó esta fábulaa un grupo de alumnos de la secundaria 175 V con la intención de motivarlos a la lectura.





Llegué a mi destino una polvorienta y calurosa tarde de mayo, muerto de cansancio y una gruesa costra de tierra pegada al cuerpo producto de la larga caminata desde la estación del tren. Era un pequeño pueblo montañés, agobiado por el calcinante sol, el polvo y la miseria. El principal del puebloy su esposa- una mujerona cargada de hijos- me dieron la bienvenida y fui llevado a la escuela, mi nueva casa. Era un viejo barracón de madera y techo de láminas, con las ventanas rotas y la puerta desvencijada, con mugre por doquier y que emanaba cierta soledad y tristeza. Algunas buenas mujeres y chicos me ayudaron a acondicionar el local que pronto tuvo un aspecto más acogedor, y aunquecarecía de “comodidades”, yo me sentía feliz. Comenté a mis anfitriones que al otro día comenzaríamos las clases y que mandaran a sus hijos con papel y lápiz.

Ya era tarde cuando las mujeres y los niños se fueron. La noche era templada y había una gran luna en el oscuro cielo, coronada con miríadas de estrellas. Se respiraba mucha tranquilidad.






A pesar del cansancio que sentía tuve ánimospara asearme y cambiarme de ropa. Saqué de la mochila mi libro de Cien Años de Soledad con la idea de leer un poco antes de dormir y empecé a hacerlo en voz alta: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo…”
Al instante, escuche un ruido como de arenilla lanzada sobre eltecho de láminas. No le di importancia. Al retomar la lectura el ruido de la arenilla se volvió a repetir y cesó cuando deje de leer. Era extraño. Cuando comenzaba a leer caía algo sobre el techo y si dejaba de hacerlo el ruido desaparecía. Evidentemente alguien trataba de tomarme el pelo. Pero yo seguí leyendo y la arenilla cayendo. Al fin, arrullado por la lectura y el ruidillo aquel, así comopor el natural cansancio de tan larga jornada cerré los ojos y me dormí como no lo hacía desde mi no muy lejana niñez.
Muy de mañana llegó la gente. Era un grupo compacto. Los hombres venían al frente. Se les oía murmurar incesantemente. Loa hombres se quitaban el sombrero y se rascaban la cabeza o las orejas, mirando al cielo y volvían a sus murmullos. Las mujeres, por su parte, cuchicheabantambién y no dejaban de persignarse. Los pequeños, en su inocencia, brincoteaban de aquí para allá sin que nadie les hiciera caso. En un momento, el principal acalló las voces, se acercó y me dijo:


-Maestro. Anoche llovió.
Lo miré extrañado y le pregunté -¿Y eso qué?
-Bueno, me dijo- Es que hacía diez años que no llovía. Fue una ligera llovizna, pero duro bastante rato.
Así que era eso,...