el hombre que parecia un caballo
Rafael Arévalo Martinez, Guatemala, 1884-1975
Rafael Arévalo M.
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En el momento en que nos presentaron, estaba en un extremo de la habitación, con
la cabeza ladeada, como acostumbraban a estar los caballos, y con aire de no fijarse en lo
que pasaba a su alrededor. Tenía los miembros duros, largos y enjutos, extrañamente
recogidos, tal como losde uno de los protagonistas en una ilustración inglesa del libro de
Gulliver. Pero mi impresión de que aquel hombre se asemejaba por misterioso modo a un
caballo no fue obtenida entonces sino de una manera subconsciente, que acaso nunca
surgiese a la vida plena del conocimiento, si mi anormal contacto con el héroe de esta
historia no se hubiese prolongado.
En esa misma prístina escena denuestra presentación, empezó el señor de Aretal a
desprenderse, para obserquiarnos, de los tráslucidos collares de ópalos, de amatistas, de
esmeraldas y de carbunclos, que constituían su íntimo tesoro. En un principio de
deslumbramiento, yo me tendí todo, yo me extendí todo, como una gran sábana blanca,
para hacer mayor mi superficie de contacto con el generoso donante. Las antenas de mi
alma sedilataban, lo palpaban y volvían trémulas y conmovidas y regocijadas a darme la
buena nueva: "Éste es el hombre que esperabas; éste es el hombre por el que te asomabas
a todas las almas desconocidas, porque ya tu intuición te había afirmado que un día serías
enriquecido por el advenimiento de un ser único. La avidez con que tomaste, percibiste y
arrojaste tantas almas que se hicieron desear ydefraudaron tu esperanza, hoy será
ampliamente satisfecha: inclínate y bebe de esta agua."
Y cuando se levantó para marcharse, lo seguí, aherrojado y preso como el cordero
que la zagala ató con lazos de rosas. Ya en el cuarto de habitación de mi nuevo amigo,
éste, apenas traspuestos los umbrales que le daban paso a un medio propicio y habitual,
se encendió todo él. Se volvió deslumbrador yescénico como el caballo de un emperador
en una parada militar. Las solapas de su levita tenían vaga semejanza con la túnica
interior de un corcel de la Edad Media, enjaezado para un torneo. Le caían bajo las nalgas
enjutas, acariciando los remos finos y elegantes. Y empezó su actuación teatral.
Después de un ritual de preparación cuidadosamente observado, caballero iniciado
de un antíquisimoculto, cuando ya nuestras almas se habían vuelto cóncavas, sacó el
cartapacio de sus versos con la misma mesura unciosa con que se acerca el sacerdote al
ara. Estaba tan grave que imponía respeto. Una risa hubiera sido acuchillada en el
instante de nacer.
Sacó su primer collar de topacios o, mejor dicho, su primera serie de collares de
topacios, traslúcidos y brillantes. Sus manos se alzaroncon tanta cadencia que el ritmo se
extendió a tres mundos. Por el poder del ritmo, nuestra estancia se conmovió toda en el
segundo piso, como un globo prisionero, hasta desasirse de sus lazos terrenos y llevarnos
en un silencioso viaje aéreo. Pero a mí no me conmovieron sus versos, porque eran
versos inorgánicos. Eran el alma traslúcida y radiante de los minerales; eran el alma
simétrica ydura de los minerales.
Y entonces el oficiante de las cosas minerales sacó su segundo collar. ¡Oh
esmeraldas, divinas esmeraldas! Y sacó el tercero. ¡Oh diamantes, claros diamantes! Y
sacó el cuarto y el quinto, que fueron de nuevo topacios, con gotas de luz, con
acumulamientos de sol, con partes opacamente radiosas. Y luego el séptimo: sus
carbunclos. Sus carbunclos eran casi tibios; casi meconmovieron como granos de
granada o como sangre de héroes; pero los toqué y los sentí duros. De todas maneras, el
alma de los minerales me invadía; aquella aristocracia inorgánica me seducía raramente,
sin comprenderla por completo. Tan fue esto así, que no pude traducir las palabras de mi
Señor interno, que estaba confuso y hacía un vano esfuerzo por volverse duro y simétrico
y limitado y...
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