El hombre que plantaba árboles

Páginas: 17 (4072 palabras) Publicado: 20 de octubre de 2013
EL HOMBRE QUE PLANTABA ÁRBOLES
Título del original francés: L´ homme qui plantait des arbres.
De Jean Giono
Para que el carácter de un ser humano revele cualidades verdaderamente excepcionales, es necesario tener la suerte de poder observar sus acciones durante muchos años. si esta acción está despojada de todo egoísmo, si la idea que la dirige es de una generosidad sin precedente, si esabsolutamente seguro que no hay en ella un búsqueda de recompensa, y que, sobre todo, ha dejado huellas visibles sobre el mundo, estamos, sin riesgo de errores, ante un carácter inolvidable.

Hace unos cuarenta años realicé un largo viaje a pie por las alturas montañosas, absolutamente desconocidas por los turistas, de esa viejísima región de los Alpes que penetra en la Provenza.
Esta región estádelimitada al sudeste y al sur por el curso medio del Durance, entre Sisteron y Mirabeau; al norte al norte por el curso superior del Drôme, después por su afluente hasta Die; al oeste por las planicies del condado de Venaissin y los contrafuertes del monte Ventoux. Comprende toda la parte norte del departamento de los Alpes Bajos, el sur del Drôme y un pequeño enclave del Vaucluse.
Como decía, fueentonces cuando emprendí mi largo paseo por esos desiertos, landas desnudas y monótonas, de unos 1200 a 1300 metros de altitud. Sólo crecen allí las lavandas silvestres.
Atravesaba la región en toda su extensión y, después de tres días de marcha, me encontré en medio de una desolación sin precedentes. Acampé cerca de un esquelético pueblo abandonado. No había encontrado agua el día anterior ynecesitaba hallarla. Esas casas aglomeradas, aunque en ruinas, como un viejo nido de avispas, me hacían pensar que una vez debió de haber allí una fuente o un pozo. Había una fuente, pero seca. Las cinco o seis casas, sin techo, roídas por el viento y la lluvia, la pequeña capilla con el campanario derrumbado, estaban dispuestas como las casas y capillas n los pueblos vivos, pero toda vida habíadesaparecido.
Era un buen día de junio con un gran sol, pero, sobre éstas tierras sin reparo y alzadas hacia el cielo, el viento soplaba con una brutalidad insoportable. Sus rugidos en las carcasas de las ruinas eran los de una fiera molestada mientras come. Me fue necesario levantar campamento. A las cinco horas de marcha de allí, no había encontrado agua ni nada que me pudiera dar la esperanza deencontrarla. Por todos lados la misma sequedad, las mismas hierbas leñosas. Me pareció distinguir en una lontananza una pequeña silueta negra, erecta. La tomé por un tronco de un árbol solitario. De cualquier modo, me dirigí hacia ella. Era un pastor. Una treintena de ovejas acostadas sobre la tierra ardiente descansaban alrededor de él.
Me hizo beber de su cantimplora y, un poco más tarde, mecondujo a su aprisco, en una ondulación de la planicie. Extraía su agua, excelente, de un pozo natural, muy profundo, al lado del cual se había instalado un torno de mano rudimentario.
Éste hombre halaba poco. Era algo típico de los solitarios pero un se sentía seguro con él y confiaba en esta seguridad. Era insólito en este país despojado de todo. No vivía en una cabaña sino en una verdadera casade piedra, en la cual se observaba muy bien como su trabajo personal había detenido la ruina que había encontrado a su llegada. Su techo era sólido e impermeable. El viento que batía sobre las tejas perecía el ruido del mar en la playa.
El lugar estaba en orden, la vajilla lavada, el suelo barrido, su fusil engrasado; la sopa hervía en el fuego. Noté ahora que estaba bien rasurado, que todos susbotones estaban sólidamente cosidos, que sus vestimentas estaban remendadas con esa minuciosidad que hace invisible a los remiendos. Compartió conmigo su sopa y, como después le ofrecí mi petaca, me dijo que no fumaba. Su perro, silencioso como él, era amable sin ser servil.
Desde el principio quedó claro que yo pasaría la noche allí; el caserío más próximo estaba todavía a un día y medio de...
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