El impropio
Silenciosos, la habitación y él. Callado, pálido, delgado, pero con la fortaleza física de quiéntrabaja en la calle, a pleno sol hasta que anochezca. Él, que todas las noches se esconde en su húmeda pieza de dos por dos y reza en voz alta alguno verso de esos “imponentes” poetas que a todos nosgustan. Callado el lugar- la piecita, digo-. Esa que todas las noches lo escucha repetir condenadamente las mismas pudrientes, aburridas poesías de esos “imponentes” escritores.
Está ahora sentadofrente a su viejo escritorio y sus ojos pardos recorren la habitación. Se tiende en la cama, estira su brazo de vellos rubiones y alcanza una hoja y la lapicera que están sobre su mesa de luz (la maderaestá rasgada y las bisagras oxidadas, chillonas). Se saca las zapatillas con los pies y el encierro de la habitación lo lleva a sacarse la remera. Se desabrocha el pantalón. La luz de la lámparailumina el papel amarillento; el sitio está tranquilo y él, desesperado por escribir (eso que él llama “escribir”). Piensa en algo. Algún recuerdo brilla: las mujeres que no tuvo; las cartas que noescribió, las que no llegaron. Piensa... hay más: los gritos que no quiso escuchar... Prende un cigarrillo.- Aquellos ojos- dice y se tapa la boca como si pecado fuese hablar en altas voces si no fuera pararepetir algún verso de Garcilaso o de Quevedo.
Vuelve a su hoja; la tinta seca de su lapicera se resiste. Finalmente escribe: “La escalera, el ropero; el ropero, la cama; la cama, aquellos ojos... laventana”. Y la ventana lo observa; irresoluta, descascarada, con sus ojos entreabiertos: Él busca en ella una escusa para escribir algo más o quizá una forma de escape. Antes le gustaba escribirversos espumantes. Ahora le es casi imposible. Será porque cuanto más pasa el tiempo menos poesía escribe y peor cada vez. Mientras tanto, escucha el fofo sonido de una radio a bajo volumen, casi...
Regístrate para leer el documento completo.