El Inocente

Páginas: 12 (2845 palabras) Publicado: 1 de diciembre de 2015
Estábamos acostumbrados a que se dijera de Rudecindo que era una desgracia para su madre, que hubiera sido preferible que naciese muerto, y otras frases por el estilo que empezaban con un piadoso "Dios nos libre y guarde" o "Que Dios no me castigue, pero..." y que terminaban con un suspiro de resignación.
Cuando hablaba de su hijo doña Teresa ponía los ojos en blanco:
—¡Qué habré hecho paramerecer esta cruz! —se lamentaba.
Mis tías, al oírla, se esforzaban por disimular una expresión de tristeza adecuada a las circunstancias:
—Una madre es siempre una madre —le decían luego, sentenciosamente.
Doña Teresa se ganaba la vida cosiendo vestidos para las mujeres del barrio. Nunca le faltaba trabajo. "Puesta a pedalear en la Singer, Teresa es un portento. En menos de una hora se despacha unbatón de entrecasa", decían de ella con admiración. Pero había otros motivos por los cuales la madre de Rudecindo era tan solicitada. Gracias a su profesión, estaba al tanto de la intimidad de muchos hogares, y de una manera velada descubría la avaricia, la dejadez o la infidelidad conyugal de una vecina sospechosa.
Por lo general doña Teresa llegaba a mi casa después de mediodía, con la valijadonde guardaba el centímetro, las tijeras, el alfiletero, la tiza y el papel para los moldes. Detrás de ella, enredado en los pliegues de su falda, caminaba Rudecindo. Al entrar, doña Teresa se disculpaba por traer a su hijo. "No puedo dejarlo solo. Es un peligro. Todo se lo lleva a la boca", explicaba. En efecto, era corriente verla abandonar la máquina donde cosía, sentada bajo el parral del segundopatio, para precipitarse sobre Rudecindo y arrebatarle la hoja de helecho, la piedrita del cantero o la hormiga que estaba a punto de tragar.
Por más que las personas mayores y en especial tío Esteban nos habían advertido hasta el cansancio que era de niños maleducados mirar con insistencia y que lo correcto es adoptar un aire indiferente, terminábamos por olvidar estas recomendaciones yacercarnos fascinados al rincón del patio donde Rudecindo, con los ojos entornados y las piernas cruzadas, parecía dormitar en una actitud idéntica a la del Buda de porcelana que había en la vitrina de la sala. De vez en cuando se mojaba los labios con la punta de la lengua, una lengua carnosa, curiosamente vivaz en su cara redonda, inexpresiva.
Tío Esteban, hermano de mi difunta madre, vivía con nosotrosy nos odiaba a Julia y a mí porque hacíamos ruido a la hora de la siesta mientras él descansaba. A veces, furioso, abría la ventana de su cuarto y nos arrojaba un zapato que esquivábamos hábilmente mientras corríamos a refugiarnos en el cuarto de mi abuela. De tío Esteban habíamos oído decir que era un extravagante, un solterón y un ocioso; de mi abuela, que estaba loca; de Julia y de mí, que noéramos primos sino hermanos.
Tío Esteban ocupaba parte de su tiempo en peinarse; ordenaba cuidadosamente frente al espejo sus escasos mechones de su pelo hasta formar con ellos una especie de casco uniforme y retinto, tarea inútil porque el pelo, al secarse, se entreabría y dejaba al descubierto su calvicie. Además de cuidarse el pelo, tío Esteban tenía otra pasión: un gato que se llamaba Roberto,aborrecido por las mujeres de la casa desde el día que atrapó de un zarpazo a un colibrí; al advertirlo, corrimos hacia el gato para salvar al pajarito. Pero ya era tarde: Roberto se relamía, con los ojos más brillantes que de costumbre, como alimentados por aquella trémula llama verde que acababa de devorar. Una semana después del episodio, Roberto desapareció. Al principio nadie se preocupó porello; quizá anduviera por los techos, como otras veces, y en cualquier momento apareciera de nuevo en la cocina, con el rabo caído y una oreja lastimada, maullando frente a la botella de leche. Pero no fue así. Poco tiempo después Julia y yo lo descubrimos muerto en la quinta del alemán. Ocultamos nuestro hallazgo. Nos habían prohibido subir a la pared del fondo que daba a la quinta, pero a...
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