El invierno en Lisboa

Páginas: 266 (66354 palabras) Publicado: 16 de mayo de 2013
Antonio Muñoz Molina

EL INVIERNO EN LISBOA

SEIX BARRAL

Cubierta: foto de Concha Arias

Primera edición: mayo 1987
Segunda edición: julio 1987
Tercera edición: octubre 1987
Cuarta edición: junio 1988
Quinta edición: junio 1988
© Antonio Muñoz Molina, 1987
Derechos exclusivos de edición en castellano
reservados para todo el mundo:
© 1987 y 1988: Editorial Seix Barral, S. A.Córcega, 270 - 08008 Barcelona
ISBN: 84-322-4593-3
Depósito legal: B. 25.113 - 1988
Impreso en España

2

Para Andrés Soria Olmedo
y Guadalupe Ruiz

3

«Existe un momento en las separaciones en
el que la persona amada ya no está con nosotros.»
FLAUBERT: La educación sentimental

4

CAPÍTULO PRIMERO
Habían pasado casi dos años desde la última vez que vi a Santiago Biralbo, perocuando volví a encontrarme con él, a medianoche, en la barra del Metropolitano, hubo
en nuestro mutuo saludo la misma falta de énfasis que si hubiéramos estado bebiendo
juntos la noche anterior, no en Madrid, sino en San Sebastián, en el bar de Floro Bloom,
donde él había estado tocando durante una larga temporada.
Ahora tocaba en el Metropolitano, junto a un bajista negro y un batería francésmuy
nervioso y muy joven que parecía nórdico y al que llamaban Buby. El grupo se llamaba
Giacomo Dolphin Trio: entonces yo ignoraba que Biralbo se había cambiado de
nombre, y que Giacomo Dolphin no era un seudónimo sonoro para su oficio de pianista,
sino el nombre que ahora había en su pasaporte. Antes de verlo, yo casi lo reconocí por
su modo de tocar el piano. Lo hacía como si pusiera en lamúsica la menor cantidad
posible de esfuerzo, como si lo que estaba tocando no tuviera mucho que ver con él. Yo
estaba sentado en la barra, de espaldas a los músicos, y cuando oí que el piano insinuaba
muy lejanamente las notas de una canción cuyo título no supe recordar, tuve un brusco
presentimiento de algo, tal vez esa abstracta sensación de pasado que algunas veces he
percibido en lamúsica, y cuando me volví aún no sabía que lo que estaba reconociendo
era una noche perdida en el Lady Bird, en San Sebastián, a donde hace tanto que no
vuelvo. El piano casi dejó de oírse, retirándose tras el sonido del bajo y de la batería, y
entonces, al recorrer sin propósito las caras de los bebedores y los músicos, tan vagas
entre el humo, vi el perfil de Biralbo, que tocaba con los ojosentornados y un cigarrillo
en los labios.
Lo reconocí en seguida, pero no puedo decir que no hubiera cambiado. Tal vez lo
había hecho, sólo que en una dirección del todo previsible. Llevaba una camisa oscura y
una corbata negra, y el tiempo había añadido a su rostro una sumaria dignidad vertical.
Más tarde me di cuenta de que yo siempre había notado en él esa cualidad inmutable de
quienesviven, aunque no lo sepan, con arreglo a un destino que probablemente les fue
fijado en la adolescencia. Después de los treinta años, cuando todo el mundo claudica
hacia una decadencia más innoble que la vejez, ellos se afianzan en una extraña
juventud a la vez enconada y serena, en una especie de tranquilo y receloso coraje. La
mirada fue el cambio más indudable que noté aquella noche en Biralbo,pero aquella
firme mirada de indiferencia o ironía era la de un adolescente fortalecido por el
conocimiento. Aprendí que por eso era tan difícil sostenerla.
Durante algo más de media hora bebí cerveza oscura y helada y lo estuve
observando. Tocaba sin inclinarse sobre el teclado, más bien alzando la cabeza, para que
el humo del cigarrillo no le diera en los ojos. Tocaba mirando al público yhaciendo
rápidas contraseñas a los otros músicos, y sus manos se movían a una velocidad que
parecía excluir la premeditación o la técnica, como si obedecieran únicamente a un azar
que un segundo más tarde, en el aire donde sonaban las notas, se organizase por sí
mismo en una melodía, igual que el humo de un cigarrillo adquiere formas de volutas
azules.
En cualquier caso, era como si nada...
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