"El Jardin de Bronce" Gustavo Malajovich
EL JARDÍN DE BRONCE
FABIÁN DANUBIO, RASTREADOR, CASO Nº1
Plaza y Janes
A mi esposa Paula
por todas las caminatas.
A mis hijos, María y Theo.
Pueden leer este libro cuando crezcan.
(Pero no se apuren demasiado en crecer.)
El mal es una moneda de dos caras.
Una cara me hace sufrir, la otra mehace pecar.
Hago girar la moneda y las dos caras se superponen.
Sufriendo y pecando.
Sin poder evitar que gire
la moneda del mal.
Ernesto Danubio
“Jano”, texto inédito
Prólogo
16 de diciembre de 1987
Hoy, en la barranca, sucedió algo terrible.
Tuve que matar a papá.
No sé cómo tengo fuerzas para escribir. Siento como si estuvierasumergido en una gran pecera de agua oscura que rodea mis sentidos.
Ahora estoy en mi habitación y escucho las voces nerviosas de los de la casa, que ya están preguntando por él. Es lógico. Por lo general papá está en casa antes de las ocho, para presidir la ceremonia de la cena. Son las nueve y media y no aparece. Creo percibir el ruido nervioso que produce Reba cuando habla, esa mezclade susurro con respiración asmática. “¿Se habrá retrasado en el muelle? ¿Se quedó hablando con los peones? ¿Llamo a lo de Farías?”
No va a volver, Reba. No insistas.
Papá está tirado boca arriba y con los ojos abiertos. Se los pude ver desde la distancia. Nada parece indicar que está muerto, excepto cierto ángulo extraño en una de sus piernas. Tiene en su cara esa expresión varonilde suficiencia que le conozco de siempre, ahora mezclada con una imprevista sombra de sorpresa.
Voy a ordenar mi recuerdo de lo que pasó para que el episodio quede consignado claramente en este diario.
Desde temprano cumplí mis tareas como cualquier día normal. La crecida ya no era tan fuerte, los islotes ya no estaban anegados y el aire tenía de nuevo el olor seco que a mí megusta. Siempre trato de terminar la recorrida rápido para tener más tiempo en el taller. Así que me apuré a volver, y mientras remaba con ritmo sostenido trataba de espantar los mosquitos que se pegaban al sudor de mi cara. Atraqué el bote, me metí por el caminito de lajas y sin que nadie me viese entré al taller.
Al rato estaba tranquilo, sosteniendo una pieza fundida para que no se mecayese, con el calor del metal que se formaba dándome de lleno en los ojos, cuando a través del ventanal que da al oeste lo vi a papá parado entre los dos gomeros grandes. Estaba de espaldas, como casi siempre que mi vista se encontraba con él. De espaldas o ligeramente de perfil, siempre pensando en vaya a saber qué, siempre en una postura que parece despreciar hasta al mismo aire a su alrededor.Podía verle la nuca, donde arrancaba el pelo cortado a cepillo que subía por su cabeza maciza, gris, con dos orejas finas que apenas parecían sostener sus anteojos, con ese armazón de carey que tenía el color de un caracol avejentado por el mar. No me sorprendió ver que su mano derecha estaba alzada y en ella sostenía un viejo broche de madera para ropa. Con el pulgar y el índice presionaba el brochepara abrirlo, transfiriendo luego el ejercicio a cada dedo de su mano, pulgar y mayor, pulgar y anular, hasta que el esfuerzo de presionar el broche entre pulgar y meñique me generaba a mí dolor de dedos con solo verlo. Papá nunca olvidaba ejercitar sus dedos para el violín, aunque desde que murió mamá ya casi no tocaba.
Dejé la tenaza y la pieza que estaba moldeando en el piletón y meacerqué al ventanal. En ese momento papá se dio vuelta y me miró. Como yo suponía, él ya me había visto y después le había vuelto la espalda al taller, hasta que yo notase que estaba ahí. Hacía lo mismo con todo el mundo, con Reba, con los peones, hasta con Cordelia. Esperaba siempre que uno lo descubriese como a un elemento de la naturaleza que está en el paisaje desde siempre, un árbol, una...
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