El juego del laberinto - Pablo de Santis
Pablo de Santis, 2011
Ilustraciones: Max Cachimba
Diseño de cubierta: Max Cachimba
Editor digital: Ariblack
ePub base r1.1
PRIMERA PARTE
PERDIDOS EN EL BOSQUE
LA INVITACIÓN DEL
CLUB ARIADNA
I
ván Dragó vivía con su abuelo Nicolás en el
número 105 de la calle de los Alfiles, en Zyl,
una pequeña ciudad famosa por sus juegos. Allí se
fabricabantableros y piezas de ajedrez, juegos de
la oca, yoyós de madera, pasatiempos que
llevaban por título La caza del oso verde o La
torre de Babel, y, por supuesto, rompecabezas. Los
que fabricaba Nicolás Dragó eran tan célebres que
recibía pedidos desde lejanos lugares del mundo.
A Iván le encantaba que los juegos de su abuelo
llegaran hasta la selva brasileña, hasta un
monasterio de Meteora, en Grecia, ohasta una
casa flotante en un río de Tailandia. Los juegos
eran de madera, ocupaban una mesa entera y no
había en ellos dos piezas de igual forma. Nicolás
acostumbraba a decir: «Las piezas de
rompecabezas son todas distintas, pero los que
juegan son todos iguales».
Iguales quería decir que frente a un juego se
olvidaban del mundo; que eran obsesivos y que
esperaban ansiosos el envío por correode las
cajas. Para que el barniz que cubría las piezas
secara más rápido, Nicolás usaba tres grandes y
ruidosos ventiladores. Por eso él y su nieto se
resfriaban a menudo.
Cada día llegaban a la casa de Nicolás e Iván
Dragó varios sobres de correspondencia. El
abuelo recibía cartas donde los clientes le pedían
rompecabezas con tal imagen o tal otra, o le
exigían mayor dificultad para la próximavez, o
rogaban por una ayuda, o le enviaban piezas
dañadas para reparar. A veces las piezas llegaban
mordidas.
«Le echan la culpa al perro, pero ellos mismos
las muerden de ansiosos que son, cuando no
pueden encontrar la ubicación de las piezas», le
decía Nicolás Dragó a su nieto.
El fabricante de rompecabezas debía dedicar
al menos una hora diaria a responder la
correspondencia. Escribía suscartas a mano, en un
papel muy fino, casi transparente, que ya no se
fabricaba, pero que todavía se vendía en la única
librería que había en Zyl. Como el aire de los
ventiladores hacía volar las cartas que escribía y
las que recibía, usaba como pisapapeles cosas que
levantaba en la calle. En una ciudad cualquiera es
habitual encontrar entre los adoquines o en el
asfalto alguna bujía de automóvil, o unatuerca de
una máquina, o un clavo grande de una obra en
construcción. En las calles de Zyl, en cambio, se
encontraban tapas de yoyó, fichas de estaño con
forma de barco o de caballo, soldados de plomo
sin un brazo, cabezas de muñeca, trompos que de
tanto girar se habían perdido. A pesar de su dolor
de cintura, Nicolás se agachaba a recoger por la
calle todas las cosas que encontraba.
Unamañana, mientras estaba en la cocina
preparándose un café con leche, Iván descubrió
que su abuelo miraba con preocupación uno de los
sobres traídos por el cartero. Iba a preguntarle de
qué se trataba, pero su abuelo, con el discreto
ademán de un mago, deslizó la carta en un cajón
del escritorio. Iván llegó a ver que el nombre del
destinatario comenzaba con una gran letra I.
—¿Es una carta para mí,abuelo?
—No, es un viejo cliente que me reclama un
juego que ya le mandé. Cómo atrasa el correo.
«El correo atrasa, pero si uno esconde las
cartas atrasa mucho más», pensó Iván.
A él sólo le escribían de vez en cuando dos
personas: su tía Elena y su amiga Anunciación.
Elena, hermana de su madre, escribía cartas
insulsas, que eran más bien pedidos de informes:
qué notas se había sacado en el colegio,cuánto
había crecido, cómo estaba el clima. A lo largo de
los meses siempre escribía la misma carta, apenas
cambiaba alguna palabra o frase de lugar. Las
cartas de Anunciación, en cambio, eran mucho más
interesantes. Estaban llenas de detalles, contaba
las películas que iba a ver, las cosas que comía,
las discusiones con su madre por el orden de su
pieza. A veces se ponía a recordar tiempos...
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