El Laberinto De Adriana

 El Laberinto de Adriana
Yo fui aquel a quien tanto le dolía Adriana, pero lo triste del dolor es que en algún momento deja de doler. Cuando pasa eso (y siemprepasará) es porque ese pedazo de nosotros que dolía, ha muerto. Cuando pasa el dolor no recuperamos la alegría, no recuperamos nada. No hay alivio, sólo vacío; comprendemos entonces que el dolor era loúnico que nos quedaba de aquello que tanto amamos. Es peor cuando fuimos habitados por cosas que nos definen, y terminamos perdiendo hasta el dolor de su pérdida. Yo, por ejemplo, fui aquel que amótanto a Adriana, luego fui aquel a quien tanto le dolió Adriana; pero ya no soy ese, y nunca más lo seré.
Siempre cambio en mis escritos los nombres de aquellos que vivieron las historias conmigo, perocon Adriana no necesito hacerlo. Por una parte ese nombre es apropiado para su historia, por otra parte ese no era su verdadero nombre. Sólo fue uno de los tantos que necesitó usar. Sólo fue elnombre con el que la conocí y con el que la seguí llamando muchas veces en mis silencios. Para ella será sólo un nombre tan anónimo como cualquier otro.
El cabello de Adriana era de un castaño que seatrevía a ser rojo. Ardía bajo el sol de La Guajira con una incandescencia que alborotaba todas las miradas a su paso. Pero eso lo supe luego. Cuando la vi por primera vez estábamos a la sombra. Yo ledictaba clases a un grupo de compañeros del colegio en la casa de mi prima Olga. Éramos un grupo armado improvisadamente a partir de los retazos de otros grupos dispersos que se juntaba para todaocasión y siempre alguien tenía algo que poner: Juancho la guitarra, Olga la voz, Karol el carácter, Dhila la risa, Luz Karime la picardía, Karola el escándalo, Brito el ingenio, Yo la academia. Despuésde un par de malas notas de casi todo el grupo en trigonometría nos pusimos de acuerdo para hacer un repaso un sábado caliente bajo un palo de mango en el patio de la casa de Olga, y en un tablero...