El Libro De Los Placeres Prohibidos Federico Andahazi

Páginas: 285 (71242 palabras) Publicado: 18 de febrero de 2016
El libro de los placeres prohibidos

Federico Andahazi
El libro de los placeres prohibidos

Andahazi, Federico
El libro de los placeres prohibidos. - 1a ed. - Buenos Aires : Planeta, 2012.
E-Book.
ISBN 978-950-49-2752-5
1. Narrativa Argentina .
CDD A863
© 2012, Federico Andahazi
c/o Guillermo Schavelzon & Asoc. Agencia Literaria
info@schavelzon.com
Diseño de cubierta: Departamento de Arte deEditorial Planeta
Imagen de cubierta: El suicidio de Lucrecia, Lucas Cranach, El Viejo, 1538
Guardas: Instrumento Notarial escrito y firmado por Ulrich Helmasperger,
documento que atestigua los padecimientos de Gutenberg en los tribunales de
Mainz.
Mainz 1455, Biblioteca de la Universidad de Göttingen.
Todos los derechos reservados
© 2012, Grupo Editorial Planeta S.A.I.C.
Publicado bajo el selloPlaneta®
Independencia 1682, (1100) C.A.B.A.
www.editorialplaneta.com.ar
Digitalización: Proyecto451
Primera edición en formato digital: noviembre de 2012
Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del
“Copyright”, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de
esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía yel tratamiento
informático.

Inscripción ley 11.723 en trámite
ISBN edición digital (ePub): 978-950-49-2752-5

PRIMERA PARTE

1
Las seis torres de la basílica de St. Martin clavaban sus afiladas agujas en la niebla
nocturna, desaparecían en la bruma y volvían a surgir por encima del techo incorpóreo que
cubría la ciudad de Mainz. Románico uno, bizantino el otro, ambos triconques de la
catedralbicéfala se imponían sobre las demás cúpulas de la ciudad. Más allá, las aguas del
Rhin dejaban ver las ruinas del viejo puente de Trajano que, semejante a la osamenta de un
monstruo encallado, yacía entre las dos márgenes del río. Los techos de pizarra negruzca
del castillo y los cincuenta arcos del antiguo acueducto romano coronaban el orgulloso
casco de la colina de la Zitadelle.
A pocas callesde la basílica se erigía el pequeño Monasterio de las Adoratrices de
la Sagrada Canasta. En rigor, aquel angosto edificio de tres plantas que se alzaba en
Korbstrasse, cerca del Marktplatz, no era precisamente un beaterio. Muy pocos sabían que
detrás de la sobria fachada se ocultaba el lupanar más extravagante y lujurioso del Imperio,
lo cual, por cierto, era mucho decir. El burdel recibía sucurioso apelativo como resultado
de la conjunción del nombre de la calle en la que estaba situado (1) y de la devota
dedicación con que las putas de la casa se encargaban de dar placer a los privilegiados
clientes.
Durante el día, en aquella callejuela empedrada se abrían de par en par las persianas
de las tiendas de los fabricantes de canastas, cuyos principales clientes eran los puesteros de
laplaza del mercado. Pero cuando caía la noche y los cesteros cerraban sus puertas, la calle
volvía a animarse con el jolgorio de las tabernas y las canciones vulgares de las prostitutas
que, asomadas a las ventanas, mostraban sus escotes generosos a los viandantes. Sin
embargo, a diferencia de los burdeles ordinarios, pintados de colores vivos y atestados de
mujeres desdentadas, hediondas ybulliciosas, el monasterio pasaba virtualmente
inadvertido. Las meretrices de la casa eran dueñas de un sensual recato, de una voluptuosa
religiosidad que despertaban tentaciones semejantes a las que suscitaban las jóvenes
vírgenes que habitaban los conventos. ¿Cuántos hombres albergaban el secreto deseo de
participar de una orgía con las monjas de una hermandad? Acaso el cumplimiento de
aquellos lúbricosanhelos era el secreto del éxito de la singular casa de putas.
Sin embargo, desde que una serie de hechos macabros irrumpieron en el Monasterio
de la Sagrada Canasta, el habitual clima festivo había dejado lugar a un silencio compacto,
hecho con la argamasa del terror. Cuando se ponía el sol, una espera angustiosa se
adueñaba de las mujeres, como si una nueva tragedia fuera a precipitarse....
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