El maestro de la escuela
(Ignacio M. Altamirano)
A fines de 1863 me dirigía a la ciudad de San Luis Potosí al Congreso de la Unión y yo e calidad de diputado, acudía al llamamiento desde el fondo del Sur en que me hallaba. El alcalde del lugar, vino a buscarme junto con el cura; y este me invito pasar a su casa. Era el cura un sujeto parecido en moral a todos los de su especie; llegamos alcurato, que era evidentemente la mejor casa del pueblo, y que ofrecía todas las comodidades apetecibles, que en vano se habrían buscado en las casas pobres de los indígenas. Por ultimo el señor cura me enseño sus piezas que eran tres: la despensa, el oratorio y su despacho. Además allí estaba la mesa con su carpeta verde, sus tinteros, sus papeles y cuadernos de badana roja, su crucifijo de metal ysu breviario negro. En las paredes había colgados algunos cuadros de santos y una gran disciplina de alambre con la cual (suponían los feligreses) que el buen curita se mortificaba en el silencio de la noche. He aquí –me dijo-, el lugar donde paso algunas horas entregado al estudio cuando me lo permiten las constantes y arduas fatigas de mi penoso ministerio. Me veo obligado a tener siempreun surtido de algunas cosas indispensables para hacer más agradable la vida. Luego presentare a usted a las únicas personas que me acompañan en este destierro. El cura fue a su bodega y volvió con una botella de cognac viejo y otra de rico jerez. Un momento después se presento una criada joven graciosísima que traía copas, vasos de agua y un frasco de oloroso barro. Este le dijo: -oyePaulita deja eso allí y vete a decir a doña Lucecita y a doña Teresita que vengan, y en eso aparecieron dos hermosas muchachas morenas, de ojos negros y grandes, lindas como un sol, y ligeras como corzas. Aquí tiene señor diputado –me dijo- son dos sobrinas mías este –añadió- señalando a Lusecita la mayor, casada con sus dos chiquitos y el que esta por venir. La otra es Teresita su hermana. Lasmuchachas estaban coloradas como amapolas. Yo en unión del gravedoso alcalde indígena bebí a su salud y el curita les paso su copa para que probaran el jerez. Cantan estas niñas, señor, cantan y tienen voz no maleja, solo que no saben acompañarse y es preciso que el maestro de la escuela, que es un infeliz que no sabe nada, las acompañe. Pero padre –exclamaron las chicas- ¿Qué a decir elseñor de nosotras? El, que ha estado en México, que habrá oído cosas tan buenas. Yo dije lo que dice cualquier tonto. La conversación se animo. En eso oímos la gritería de los muchachos, a poco llego el maestro de escuela, con el sombrero quitado y cruzando los brazos humildemente. Al ver a este hombre, se me oprimió el corazón. Parecía la imagen de la tristeza, y de la angustia, en medio deaquella reunión alegre. Saludo, -respondió el eclesiástico- vamos, hombre, hoy lo libertamos a usted del trabajo, y acompañara usted con la vihuela a las niña, que las oiga cantar este señor, que es diputado. El maestro se negó humildemente –tengo miedo de que me trastorne la cabeza no he comido ni almorzado, el señor alcalde puede decírselo a usted; no pudo darme nada. ¿Por qué no me hadicho nada usted, o las niñas? –señor estaba usted fuera, y me dijeron ellas que usted estaba muy pobre. Siñor cura –respondió el alcalde levantándose-, había ya un poquito de dinero del pueblo, pero su merce mando que lo diéramos para la función del martes, y no quedo nada.
¡Bah! Es preciso conocer a estos indios señor diputado, vea usted, hace mas de cuarenta años que están pagando unaescuela, y ninguno de ellos sabe leer. Tiene unos tres mil habitantes este pueblo. Es grande –añadió el preceptor-, y, ¿aprenden a leer y a escribir? -a leer muy pocos, solo los que tienen silabarios y Catones; a escribir menos, porque como no me dan papel, ni tinta, ni plumas, nada puedo hacer. El cura dio una moneda a don José, y se fue corriendo a su casa. El cura quedo taciturno y colérico, el...
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