El Mendigo

Páginas: 32 (7983 palabras) Publicado: 26 de octubre de 2013
1.

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I

No ha muchos años, en una tarde de octubre, me paseaba sobre
el malecoii del Mapocho, gozando la vista del sinnúmero de paisajes bellos que e 3 aquellos sitios se presentan. La naturaleza en riiiesd
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tra primavera ostenta Con profusion iodos sus primores, y parece
que desarrolla ante nuestros ojos s,u magnífico panorama, con l a
complacencia de una madre tierna que presentasonriéndose un
dijecillo al hijo de su amor. El Mapocho ofrece en sus rnáijenes mil
delicias que le hacen recordar a uno con pena aquellas bellas ilusiones que se forma en sus primeros amores : aquí aparece el aspecto
duro y melancólico de una ciudad envejecida, cuyos edificios ruinosos están al desplomarse j a lo lejos, una confusa aglomeracioi? de
edificios lucidos, de torres esbeltas yelegantes, y el puente grande
del rio que se ostenta majestuosa y soberbiamentc sentado sobre SUS
formidables columnas; allí, multitud de grupos de árboles floridos,
que a veces se confunden cou los lijeros y blancos vapores que se
elevan de las aguas; allá interminables corridas de álamos de color
de esmeralda cortadas a trecho por el lánguido sauce y por otros arbolillos que contrastan susmatices verdinegros con el triste amarillo
del techo de las chozas. De eiitre las densas arboledas se ven salir
en direcciones curvas y varias las columnas del humo del hogar.; 10s
niños triscaii en inocente algazara sobre las arenas del cauce, el yastor desciende con su blanco rebaíío por las laderas del San Crist6bsl
y se pierde de repente tras de las peñas o arbustos que se eiicuentran al paso; y en medio de estas rústicas escenas, se oye l a armonia
universal de la naturaleza que se despide de la luz del &a, y se confunde a la distancia con el sordo bullicio de la ciudad. j 0 1encantos
1
del Mapocho! j Cuántas vews habeis henchido ini pecho del regocijo mas puro ! iCuántas veces habeis ahuyentado de m corazon
i
penas acerbas ! Yo derramaria lágrimas de ternura si estando sep;**flSV.-TOMO

I.

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REVISTA DEL PACIFICO.
rado de mi patria, me asaltara el recuerdo de esas escenas de simple
rusticidad en el centro de la cultura de un pueblo !
El sol comenzaba a ocultarse en las colinas de occidente, dibujando en el azulado fondo del cielo diversos copos de luciente nacar,
tiñenclo de un suave color de TOS^ las nubecillas que flotaban sobre13s faldas de los Andes, y dorando el manto de nieve con que se
cubren estos jigantes del mundo, de modo que los hacia aparecer
como montañas de oro macizo puestas' allí para sustentar el firmamento con sus encinmbrndas cimas. El aura de la tarde era fresca y
arornhtica ; yo dejaba flotar a su impulso mis cabellos y pernianecia
reclinado sobre l muralla, mirando las corrientes del rio: ellasse
a
llevaban consigo mis pensamientos y mi vista y se precipitaban
bulliciosas hasta estrellarse en esas ruinas adustas que ha dejado cn
si1paso el antiguo tajamar, y que hoi inmGviles y silenciosas desafian su embate y las desprecian. Pero aquel momeiito de delicias
en que todo lo sentia, sin pensar en nada, €u4 mui corto para mí;
un hombre se puso a mi lado sin pronunciar una sola palabray
me sacó de mi ensuefio: era de grande estatura, aspecto grave, sem
blante apacible ,v melaiicólico, su barba era larga y blanquizca, sus
ojos liumildcs y hermosos. Vestia iina manta larga y gruesa, calzon
azul y media de lana blanca, y en su mano derecha tenia un sombrero de paja burda, en actitud de respeto. 1 1instante reconocí al
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misterioso mendigo que recorria todas las tardesaquellos sitios implorando la caridadde los transeiintes, sin desplegar los Iábios; no
habrá en Santiago quien no le recuerde: apenas hark cinco años
que ha desaparecido. Ese hombre atraia poderosamente mi atencion:
siempre habia procurado con algunos amigos saber quién era, pero
nunca habiamos logrado oirle mas que monosílabos. Entonces traté
de trabar con él una conversacion; le di una moneda j...
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