El mestre de juglaria
Comenzamos por advertir que, a pesar de las pesquisas adelantadas, no hemos podido encontrar un antecedentecolombiano que avale nuestra decisión de ingresar a la Academia Colombiana de la Lengua en una ceremonia unitaria, lo que en el lenguaje de la tauromaquia se conoce como una faena al a limón
Pero, encambio, en nuestro propósito de justificar esta conducta heterodoxa, no podemos menos que recordar una jurisprudencia oratoria tan ilustre, mucho más que el caso nuestro, naturalmente, como fue aquellaconferencia a cuatro manos que Federico García Lorca y Pablo Neruda ofrecieron en la primavera de 1933 en el Pen Club de Buenos Aires sobre Rubén Darío, "padre y maestro", como bien lo invocó JorgeGuillén, relator del episodio.
Tres afinidades entre nosotros dos, académicos en agraz, explican la singular ceremonia a que ahora asistimos. En primer término, el hecho de haber sido elegidos de manerasimultánea para esta distinción que nos enorgullece y que sólo se puede entender gracias a la generosidad de aquellos que a partir de hoy empezaremos a llamar "colegas", con cierta timidez virginal.En segundo lugar, nuestra común condición de contemporáneos, congéneres y periodistas, vale decir, pares en los años, el sexo y el oficio. Pero, además, y por encima de todas esas consideracionespreliminares, la amorosa coincidencia de nuestra pasión por la música costeña de acordeón, parte de la cual se conoce hoy llanamente como vallenato.
Los trovadores y juglares que compusieron ointerpretaron los merengues, paseos, puyas y sones a lo largo del Caribe colombiano, de pueblo en pueblo, y a lomo de mula, constituyen nuestro propio mester de juglaría, del mismo modo como sus primeros...
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