el miedo a los telegramas
EL MIEDO A LOS TELEGRAMAS
Mamá había llorado mucho la víspera del domingo. Mis hermanas parecían conocer
la razón, pero yo no; y la verdad es que no tenían por qué comunicarme.En ese
entonces, con mis seis años de edad, yo no contaba para las confidencias. Sin
embargo, sospeché que las lágrimas de mamá tenían que ver con el telegrama que
le había traído el cartero en la mañana. Cuando lo leyó, se fue corriendo al
dormitorio con el papel apretado contra el pecho. Mis hermanas, que se
encontraban haciendo sus tareas, se fueron tras ella. Pero yo no. Yo me quedé sentado,comiendo un par de huevos fritos con un enorme pan lleno de mantequilla y
queso. No quería que se me enfriaran los huevos ni el humeante café con leche.
Además, tenía miedo de saber lo que decía el telegrama.
Un rato después, entré al dormitorio, ahí estaba mamá llorando, y mis hermanas
diciéndole muchas cosas para tratar de calmada. Papá estaba muy enfermo y lo
traían en avión de Guanacaste.Mamá parecía inconsolable y yo no me atreví a
pedirle permiso para irme con Luisillo a jugar chumicos en el Parque Central. Tuve
que resignarme a mi habitual entretenimiento: ver
la calle desde el portal. Estaba triste porque mamá estaba triste. Y más triste de no haber podido acudir a la
cita con Luisillo. El mundo me pareció muy feo desde el portal. A mí me gustaba
mucho hablar con don Paco,el policía que vigilaba el barrio desde la esquina de mi
casa. Por eso, cuando lo vi llegar me olvidé de la tristeza y me fui a su lado. Don
Paco me contó una de esas historias de ladrones que metían miedo; y me habría
quedado con él quién sabe cuántas horas si mi hermana Rosa, la mayor, no hubiera
venido por mí para ...
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