El monje y la hija del verdugo

Páginas: 114 (28357 palabras) Publicado: 21 de noviembre de 2015
El monje y la hija del verdugo
[Novela corta. Texto completo]
Ambrose Bierce
I
El primer día de mayo del año de nuestro Señor de 1680, los monjes franciscanos Egidio, Romano y Ambrosio fueron mandados por su Superior desde la ciudad cristiana de Passau hasta el Monasterio de Berchtesgaden, en los alrededores de Salzburgo. Yo, Ambrosio, era entonces el más joven y fuerte de ellos, ya que sólotenía veintiún años.
Sabíamos que el monasterio de Berchtesgaden se encontraba en una comarca agreste y montañosa, cubierta de oscuros bosques infestados de osos y espíritus perversos, y nuestros corazones se hallaban llenos de pesadumbre al pensar qué podría ocurrirnos en un lugar tan horrible. No obstante, como es un deber cristiano ofrecer el sacrificio de nuestra obediencia a la Iglesia, noprotestamos, e incluso nos sentimos alegres de acatar de esta forma el deseo de nuestro reverendo Superior.
Después de recibir la bendición y de rezar por última vez en la iglesia de nuestro Santo, cerramos nuestras capuchas, nos calzamos sandalias nuevas e iniciamos nuestra marcha acompañados por las bendiciones de todos. A pesar de que el trayecto era largo y peligroso, no perdimos la esperanza, yaque ésta es en el fondo el principio y fin de toda religión, y además una característica de la juventud, que también sirve de apoyo en la vejez. Por ese motivo, nuestros corazones superaron enseguida la tristeza de la partida y se alegraron con los nuevos y diversos paisajes que nos ofrecía nuestro primer contacto verdadero con la hermosura de la tierra, tal y como Dios la creó. El colorido y elbrillo de la atmósfera recordaban al manto de la Santísima Virgen: el sol resplandecía como el Áureo Corazón del Salvador, del que brota luz y vida para la humanidad entera. La bóveda azul oscura que se desplegaba en las alturas formaba, también, un precioso oratorio en el que cada hoja de hierba, cada flor y cada criatura ensalzaba la gloria de Dios.
Mientras atravesábamos las múltiples aldeas yciudades que se escalonaban a lo largo de nuestra travesía, miles de personas atareadas en todos los trabajos de la vida cotidiana nos ofrecían a nosotros, pobres monjes, un espectáculo nuevo e insólito que nos llenaba de asombro y admiración. Muchas iglesias se nos presentaban conforme avanzábamos en nuestro itinerario, y la caridad y el fervor popular se ponía de manifiesto en el júbilo con queéramos acogidos y en la velocidad con que satisfacían cualquier necesidad que manifestáramos, haciendo que nuestros corazones se encontrasen plenos de gratitud y alborozo. Todos los emplazamientos de la Iglesia eran prósperos y opulentos, lo que demostraba que eran vistos con buenos ojos, y protegidos por el buen Dios a quien servimos. Los huertos y jardines de monasterios y conventos estaban muy biencultivados, mostrando así la habilidad y dedicación de los piadosos campesinos y de los honrados habitantes de los claustros. Era una gloria poder escuchar el repique de las campanas que anunciaban cada hora del día, y los dulces tañidos parecían las voces de ángeles que entonasen alabanzas al Señor.
Allí donde llegábamos, saludábamos a las personas en nombre de nuestro santo superior.Encontrábamos todos los ejemplos imaginables de humildad y alegría; mujeres y niños se echaban a la vera del camino y se apelotonaban a nuestro alrededor para besarnos las manos y pedirnos que les bendijéramos. Casi podría decirse que ya no éramos los humildes esclavos del Señor, sino los amos y señores de toda aquella hermosa tierra. Pero que no se arraigue la soberbia en nuestro espíritu; debemos conservarla modestia para no desviarnos de las reglas de nuestra Orden, ni pecar tampoco contra nuestro bienaventurado Santo.
Yo, el hermano Ambrosio, debo confesar con vergüenza y remordimiento, que mi alma se dejó arrastrar con demasiada frecuencia por pensamientos muchas veces mundanos y pecaminosos. Me parecía que las mujeres se empeñaban con mayor afán en besar mis manos que las de mis hermanos,...
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