El Mono De Las Pelotas Azules
Juan José Cabedo Torres Noviembre de 2010
Esta obra se distribuye bajo la licencia Creative Commons Attribution-NonDerivs-NonCommercial. Para ver una copia de la licencia, visite http://creativecommons.org/licenses/by-nd-nc/1.0 o envíe una carta a Creative Commons, 559 Hathan Way, Stanford, California 94350, USA–Por eso no escribo. ¿Para qué escribir? No es posible transmitir las propias evidencias. Es muy raro que alguien se disponga generosamente a entendernos con exactitud (José Ortega y Gasset, “La solución de Olmedo”, 1927)
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Prólogo
Si el alma fuera la parte visible del hombre en vez de enredarse en el cuerpo como esa neblina que se abraza en febrero al tronco de los cedros, nuestra idea del mundo y de la vida sería muy distinta. Es cierto que para perci bir la realidad directamente con el alma necesitaríamos un nuevo órgano y un sexto sentido, pero merece la pena someternos a esa metamorfosis de ingeniería genética. Las ventajas compensan con creces los riesgos de la cirugía. Tras la mutación dispondríamos de una nueva víscera con la que advertiríamos cómo brilla la brisa cuando se roza con la espuma de las olas sin necesidad de poseer un genio poético y captaríamos el olor que emanan las historias sin haber desa rrollado un temperamento artístico. Si la cosa de la percepción funcionara así, la mayoría de la población deja ría de vivir en un estado permanente de sonambulismo y, como consecuencia, habría que darle la vuelta a los principios sobre los que se asienta lo conocido. Para empezar ya no nos conformaríamos con discutir en la hora del desayuno el último penalty injusto contra nuestro equipo ni las infidelidades más o menos fingidas de los famosos. En las cenas de matrimonios las conversaciones versarí an sobre la extraña textura de la luz cuando cae el sol en el Bósforo y la gente decidiría libremente callarse cuando sus palabras no tuvieran la posibilidad de ser mejores que el silencio. Después de una pausa que se derramaría sobre los comensales como una fina lluvia alguien comentaría con asombro el melancólico dibujo que traza en el aire el reflejo de las vidrieras en el ábside de las iglesias góticas y con qué amorosa sutileza se posa la luz en el espejo. Es cierto que imaginar no cuesta nada, pero conviene no olvidar que si la Creación funciona como funciona es porque Dios tuvo buenas razones para ha cer las cosas de una manera determinada. Dios, en general, lo tiene claro y actúa en consecuencia con mano firme, pero para los humanos la cosa no es tan evi dente. Dios trabaja en la verdad, pero los humanos nos movemos en la duda, que es ese espacio en blanco de los mapas que tanto invita a jugar a las hipóte sis.Eso por un lado. Por otro Dios es Uno y Eterno mientras que los seres hu manos vivimos encerrados en la piel en porciones individuales. Al parecer hubo un despedazamiento matricial que provocó el paso de la Unidad a la Multiplici dad, un Big Bang primigenio y a lo bestia que afectó en primer lugar a la materia y luego siguió resonando en el ámbito del espíritu. Desde entonces la piel es el límite metafórico que separa el mundo interior del externo, y el límite, cualquier límite, si bien se mira, es lo que nos condena a la entropía y al aislamiento. Al fin y al cabo la soledad es la verdadera maldición bíblica después de tanta desobe diencia a unos sencillos principios. Lo de parir con dolor y ganar el pan con el sudor de la frente se añadió después como una cortina de humo tras la que ocultar el auténtico castigo. Lo de la multiplicidad tiene su gracia, si uno sabe vérsela. Para empezar, e independientemente de lo que lleve en el interior cada uno, la teoría dice que to dos nacemos iguales pero la realidad establece que los que nos separa a los unos de los otros son los diferentes tipo de pieles y pellejos que nos enfundamos. La ...
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