El mundo de sofia
Sofía Amundsen volvía a casa después del instituto. La primera parte del camino. la había hecho en compañía de Jorunn.
Habían hablado de robots. Jorunn opinaba que el cerebro humano era como un sofisticado ordenador. Sofía no estaba muy segura de estar de acuerdo. Un ser humano tenía que ser algo más que una máquina.
Se habían despedido junto al hipermercado. Sofía vivía alfinal de una gran urbanización de chalets, y su camino al instituto era casi el doble que el de Jorren. Era como si su casa se encontrara en el fin del mundo, pues más allá de jardín no había ninguna casa más.
Sofía miró el buzón al abrir la verja de su jardín. Solía haber un montón de cartas de propaganda, además de unos sobres grandes para su madre. Tenía la costumbre de dejarlo todo en unmontón sobre la mesa de la cocina, antes de subir a su habitación para hacer los deberes. A su padre le llegaba únicamente alguna que otra carta del banco, pero no era un padre normal y corriente.
Cuando la madre de Sofía estaba de mal humor por alguna razón, decía a veces que su hogar era como una casa de fieras, en otras palabras, una colección de animales de distintas clases. Y por cierto, Sofíaestaba muy contenta con la suya. Primero le habían regalado una pecera con los peces dorados Flequillo de Oro, Caperucita Roja y Pedro el Negro. Luego tuvo los periquitos Cada y Pizca, la tortuga Govinda y finalmente el gato atigrado Sherekan.
Había recibido todos estos animales como una especie de compensación por parte de su madre, que volvía tarde del trabajo, y de su padre, que tanto navegabapor el mundo. Sofía se quitó la mochila y puso un plato con comida para Sherekan. Luego se dejó caer sobre una banqueta de la cocina con la misteriosa carta en la mano. ¿Quién eres? En realidad no lo sabía. Era Sofía Amundsen, naturalmente, pero ¿quién era eso? Aún no lo había averiguado del todo. ¿Y si se hubiera llamado algo completamente distinto? Anne Knutsen, por ejemplo. ¿En ese caso,habría sido otra? De pronto se acordó de que su padre había querido que se llamara Synnove. Sofía intentaba imaginarse que extendía la mano presentandose como Synnøve Amundsen, pero no, no servía. Todo el tiempo era otra chica la que se presentaba. Se puso de pie de un salto y entró en el cuarto de baño con la extraña carta en la mano. Se coloco delante del espejo, y se miró fijamente a sí misma.—Soy Sofía Amundsen —dijo.
La chica del espejo no contestó ni con el más leve gesto. Hiciera lo que hiciera Sofía, la otra hacia exactamente lo mismo. Sofía intentaba anticiparse al espejo con un rapidísimo movimiento, pero la otra era igual de rápida.
Sofía Amundsen no había estado nunca muy contenta con su aspecto. Le decíana menudo que tenía bonitos ojos almendrados, pero seguramente se lodirían porque su nariz era demasiado pequeña y la boca un poco grande. Además, tenía las orejas demasiado cerca de los ojos. Lo peor de todo era ese pelo liso que resultaba imposible de arreglar. A veces su padre le acariciaba el pelo llamándola la muchacha de los cabellos de lino como la pieza de música de Claude Debussy. Era fácil para él, que no estaba condenado a tener ese pelo negro colgandodurante toda su vida. En el pelo de Sofía no servían ni el gel ni el spray.
Cuando se encontró en el caminito de gravilla con la misteriosa carta en la mano, tuvo de repente una extraña sensación. Era como si fuese una muñeca que por arte de magia hubiera cobrado vida.
Sherekan saltó ágilmente por la gravilla y se metió entre unos tupidos arbustos de grosellas. Un gato vivo, desde los bigotesblancos hasta el rabo juguetón en el extremo de su cuerpo liso. También él estaba en el jardín, pero seguramente no era consciente de ello de la misma manera que Sofía.
En el camino de gravilla Sofía se quedó pensando. Intentó pensar intensamente en que existía para de esa forma olvidarse de que no se quedaría aquí para siempre. Pero resultó imposible. En cuanto se concentraba en el hecho de que...
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