"El Muro" - Jean Paul Sartre

Páginas: 28 (6902 palabras) Publicado: 14 de julio de 2014
El muro.
Por Jean Paul Sartre (1939).
Nos arrojaron en una gran sala blanca y mis ojos parpadearon porque la luz les hacía mal.
Luego vi una mesa y cuatro tipos detrás de ella, algunos civiles, que miraban papeles.
Habían amontonado a los otros prisioneros en el fondo y nos fue necesario atravesar toda la
habitación para reunirnos con ellos. Había muchos a quienes yo conocía y otros quedebían
de ser extranjeros. Los dos que estaban delante de mí eran rubios con cabezas redondas; se
parecían; franceses, pensé. El más bajo se subía todo el tiempo el pantalón: estaba
nervioso.
Esto duró cerca de tres horas; yo estaba embrutecido y tenía la cabeza vacía; pero la pieza
estaba bien caldeada, lo que me parecía muy agradable, hacía veinticuatro horas que no
dejábamos de tiritar. Losguardianes llevaban los prisioneros uno después de otro delante
de la mesa. Los cuatro tipos les preguntaban entonces su nombre y su profesión. La
mayoría de las veces no iban más jejos — o bien a veces les hacían una pregunta suelta:
"¿Tomaste parte en el sabotaje de las municiones?”, o bien: “¿Dónde estabas y qué hacías el
9 por la mañana?” No escuchaban la respuesta o por lo menos parecían noescucharla: se
callaban un momento mirando fijamente hacia adelante y luego se ponían a escribir.
Preguntaron a Tom si era verdad que servía en la Brigada Internacional: Tom no podía decir
lo contrario debido a los papeles que le habían encontrado en su ropa. A Juan no le
preguntaron nada, pero, en cuanto dijo su nombre, escribieron largo tiempo.
—Es mi hermano José el que es anarquista—dijo Juan—. Ustedes saben que no está aquí.
Yo no soy de ningún partido, no he hecho nunca política.
No contestaron nada. Juan dijo todavía:
—No he hecho nada. No quiero pagar por los otros. Sus labios temblaban. Un guardián le
hizo callar y se lo llevó. Era mi turno:
—¿Usted se llama Pablo Ibbieta?
Dije que sí.
El tipo miró sus papeles y me dijo:
—¿Dónde está Ramón Gris?
—No lo sé.
—Usted loocultó en su casa desde el 6 al 19.
—No.

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Escribieron un momento y los guardianes me hicieron salir. En el corredor Tom y Juan
esperaban entre dos guardianes. Nos pusimos en marcha. Tom preguntó a uno de los
guardianes:
—¿Y ahora?
—¿Qué? —dijo el guardián.
—¿Esto es un interrogatorio o un juicio?
—Era el juicio, dijo el guardián.
—Bueno. ¿Qué vana hacer con nosotros?
El guardián respondió secamente:
—Se les comunicará la sentencia en la celda.
En realidad lo que nos servía de celda era uno de los sótanos del hospital. Se sentía
terriblemente el frío, debido a las corrientes de aire. Toda la noche habíamos tiritado y
durante el día no lo habíamos pasado mejor. Los cinco días precedentes había estado en un
calabozo del arzobispado,una especie de subterráneo que debía datar de la Edad Media:
como había muchos prisioneros y poco lugar se les metía en cualquier parte. No eché de
menos mi calabozo: allí no había sufrido frío, pero estaba solo; lo que a la larga es irritante.
En el sótano tenía compañía Juan casi no hablaba: tenía miedo y luego era demasiado
joven para tener algo que decir. Pero Tom era buen conversador ysabía muy bien el
español. En el subterráneo había un banco y cuatro jergones. Cuando nos devolvieron, nos
reunimos y esperamos en silencio. Tom dijo al cabo de un momento:
—Estamos reventados.
—Yo también lo pienso —le dije—, pero creo que no harán nada al pequeño.
—No tienen nada que reprocharle —dijo Tom—, es el hermano de un militante, eso es todo.
Yo miraba a Juan: no tenía aire de entender,Tom continuó:
—¿Sabes lo que hacen en Zaragoza? Acuestan a los tipos en el camino y les pasan encima
los camiones. Nos lo dijo un marroquí desertor. Dicen que es para economizar municiones.
—Eso no economiza nafta —dije.
Estaba irritado contra Tom: no debió decir eso.
—Hay algunos oficiales que se pasean por el camino —prosiguió—, y que vigilan eso con las
manos en los bolsillos,...
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