El muro Jean paul satre
Jean Paul Sartre
Nos arrojaron en una gran sala blanca y mis ojos parpadearon porque la luz les hacía mal. Luego vi
una mesa y cuatro tipos detrás de ella, algunos civiles, que miraban papeles. Habían amontonado
a los otros prisioneros en el fondo y nos fue necesario atravesar toda la habitación para reunirnos
con ellos. Había muchos a quienes yo conocía y otros que debían de serextranjeros. Los dos que
estaban delante de mí eran rubios con cabezas redondas; se parecían; franceses, pensé. El más
bajo se subía todo el tiempo el pantalón: estaba nervioso.
Esto duró cerca de tres horas; yo estaba embrutecido y tenía la cabeza vacía; pero la pieza estaba
bien caldeada, lo que me parecía muy agradable, hacía veinticuatro horas que no dejábamos de
tiritar. Los guardianesllevaban los prisioneros uno después de otro delante de la mesa. Los cuatro
tipos les preguntaban entonces su nombre y su profesión. La mayoría de las veces no iban más
jejos — o bien a veces les hacían una pregunta suelta: "¿Tomaste parte en el sabotaje de las
municiones?”, o bien: “¿Dónde estabas y qué hacías el 9 por la mañana?” No escuchaban la
respuesta o por lo menos parecían noescucharla: se callaban un momento mirando fijamente
hacia adelante y luego se ponían a escribir. Preguntaron a Tom si era verdad que servía en la
Brigada Internacional: Tom no podía decir lo contrario debido a los papeles que le habían
encontrado en su ropa. A Juan no le preguntaron nada, pero, en cuanto dijo su nombre,
escribieron largo tiempo.
—Es mi hermano José el que es anarquista —dijo Juan—.Ustedes saben que no está aquí. Yo no
soy de ningún partido, no he hecho nunca política.
No contestaron nada. Juan dijo todavía:
—No he hecho nada. No quiero pagar por los otros. Sus labios temblaban. Un guardián le hizo
callar y se lo llevó. Era mi turno:
—¿Usted se llama Pablo Ibbieta?
Dije que sí.
El tipo miró sus papeles y me dijo:
—¿Dónde está Ramón Gris?
—No lo sé.
—Usted loocultó en su casa desde el 6 al 19.
—No.
Escribieron un momento y los guardianes me hicieron salir. En el corredor Tom y Juan esperaban
entre dos guardianes. Nos pusimos en marcha. Tom preguntó a uno de los guardianes:
—¿Y ahora?
—¿Qué? —dijo el guardián.
—¿Esto es un interrogatorio o un juicio?
—Era el juicio, dijo el guardián.
—Bueno. ¿Qué van a hacer con nosotros?
El guardián respondiósecamente:
—Se les comunicará la sentencia en la celda.
En realidad lo que nos servía de celda era uno de los sótanos del hospital. Se sentía terriblemente
el frío, debido a las corrientes de aire. Toda la noche habíamos tiritado y durante el día no lo
habíamos pasado mejor. Los cinco días precedentes había estado en un calabozo del arzobispado,
una especie de subterráneo que debía datar dela Edad Media: como había muchos prisioneros y
poco lugar se les metía en cualquier parte. No eché de menos mi calabozo: allí no había sufrido
frío, pero estaba solo; lo que a la larga es irritante. En el sótano tenía compañía Juan casi no
hablaba: tenía miedo y luego era demasiado joven para tener algo que decir. Pero Tom era buen
conversador y sabía muy bien el español. En el subterráneohabía un banco y cuatro jergones.
Cuando nos devolvieron, nos reunimos y esperamos en silencio. Tom dijo al cabo de un momento:
—Estamos reventados.
—Yo también lo pienso —le dije—, pero creo que no harán nada al pequeño.
—No tienen nada que reprocharle —dijo Tom—, es el hermano de un militante, eso es todo.
Yo miraba a Juan: no tenía aire de entender, Tom continuó:
—¿Sabes lo que hacen enZaragoza? Acuestan a los tipos en el camino y les pasan encima los
camiones. Nos lo dijo un marroquí desertor. Dicen que es para economizar municiones.
—Eso no economiza nafta —dije.
Estaba irritado contra Tom: no debió decir eso.
—Hay algunos oficiales que se pasean por el camino —prosiguió—, y que vigilan eso con las manos
en los bolsillos, fumando cigarrillos. ¿Crees que terminan con los...
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