El Museo De La Inocencia

Páginas: 875 (218594 palabras) Publicado: 1 de marzo de 2013
EL EDIFICIO COMPASIÓN

Mi madre había comprado el piso del edificio Compasión hacía veinte años, en parte como inversión, en parte para tener algún sitio donde entretenerse y relajarse; pero no tardó mucho en em¬pezar a usarlo como almacén en el que dejar los trastos que decidía que habían pasado de moda o los que acababa de comprar pero de los que se había hartado al momento. Cuando era niñoencontraba divertido el nombre de aquel edificio cuyo jardín de atrás, som¬breado por enormes cipreses y castaños y en el que los niños juga¬ban al fútbol, tanto me agradaba, y me gustaba escuchar la historia del nombre, que a mi madre le encantaba contar.

En 1934, después de que Atatürk obligara a toda la nación turca a tomar un apellido, a muchos edificios recién construidos en Estambulempezaron a ponerles los nombres de la familia que residía en ellos. Era algo bastante razonable porque por aquel en¬tonces ni los nombres de las calles ni los números eran demasiado coherentes, y como en tiempos de los otomanos, las familias gran¬des y adineradas se identificaban con las grandes mansiones y edi¬ficios en los que vivían todos juntos. (Muchas de las familias ricas de las que hablaré enmi historia tenían un bloque de pisos que llevaba su propio apellido.) Otra tendencia en aquella época era llamarlos según principios y valores sublimes: pero mi madre de¬cía que los que llamaban a los edificios que construían «Liber¬tad», «Bondad» o «Virtud» en realidad salían de entre la gente que se había pasado la vida pisoteando dichos principios. El edificio Compasión había empezado aconstruirlo un millonario anciano con remordimientos de conciencia por haberse dedicado a contra¬bandear con azúcar durante la Primera Guerra Mundial. Sus dos hijos (la hija de uno de ellos había sido compañera mía de clase en la escuela primaria), al comprender que pretendía donarlo a una fundación para que los ingresos se destinaran a los pobres, demos¬traron con un certificado médico que su padrechocheaba, lo mandaron al asilo y se apoderaron del bloque, pero no le cambia¬ron aquel nombre que yo encontraba tan extraño en mi niñez.

Al día siguiente, 30 de abril de 1975, miércoles, esperé a Füsun entre las dos y las cuatro en el piso del edificio Compasión, pero no apareció. Al volver a la oficina ligeramente decepcionado y un tanto confuso, sentía una profunda inquietud. Al día siguien¬teregresé al piso como si quisiera calmar esa inquietud. Pero Füsun tampoco vino. En aquellas habitaciones sin ventilar, entre los jarrones y vestidos viejos que mi madre había dejado allí y había olvidado, entre objetos antiguos cubiertos de polvo, veía las viejas fotografías tomadas de forma inexperta por mi padre y recordaba muchas cosas de mi juventud que ni siquiera sabía que había ol¬vidado, yera como si aquel poder de los objetos calmara mi de¬sazón.

Al día siguiente, mientras almorzaba en el restaurante Haci Arif con Abdülkerim, concesionario de Satsat en Kayseri (y com¬pañero mío de servicio militar), recordé abochornado que había esperado dos días seguidos a Füsun en aquel piso vacío. Avergon¬zado, decidí olvidar a Füsun, el bolso falso, todo. Pero veinte mi¬nutos más tardevolví a mirar mi reloj, me imaginé que quizás en ese preciso instante Füsun se encaminaba hacia el piso para devol¬verme el dinero del bolso y, soltándole una mentira a Abdülkerim, terminé de comer a toda prisa y corrí al edificio Compasión.

Füsun llamó a la puerta veinte minutos después de que hubie¬ra llegado al piso. O sea, tenía que ser Füsun quien llamaba a la puerta. Al ir hacia ella recordéque aquella noche había soñado que le abría la puerta.

Sostenía un paraguas en la mano. Tenía el pelo mojado. Lle¬vaba un vestido con lunares amarillos.

—Ah, creía que te habías olvidado de mí. Pasa.

—No quiero molestar. Le doy el dinero y me voy.

Tenía en la mano un sobre usado con membrete de la Acade¬mia Sobresaliente, pero no lo acepté. La hice pasar tomándola sua¬vemente de los...
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