El Naranjo de Carlos Fuentes ( Las dos orillas)
[en: Carlos Fuentes, El naranjo, México 1999]
Como los planetas en sus órbitas,
el mundo de las ideas tiende a la
circularidad.
Amos Oz, Amor tardío
Cambien de royaumes nous ignorent!
Pascal, Pensées.
Yo vi todo esto. La caída de la gran ciudad azteca, en medio del rumor de atabales, el choque
del acero contra el pedernal y el fuego de los cañonescastellanos. Vi el agua quemada de la laguna
sobre la cual se asentó esta Gran Tenochtitlan, dos veces más grande que Córdoba.
Cayeron los templos, las insignias, los trofeos. Cayeron los mismísimos dioses. Y al día
siguiente de la derrota, con las piedras de los templos indios, comenzamos a edificar las iglesias
cristianas. Quien sienta curiosidad o sea topo, encontrará en la base de las columnas dela catedral de
México las divisas mágicas del Dios de la Noche, el espejo humeante de Tezcatlipoca. ¿Cuánto
durarán las nuevas mansiones de nuestro único Dios, construidas sobre las ruinas de no uno, sino mil
dioses? Acaso tanto como el nombre de éstos; Lluvia, Agua, Viento, Fuego, Basura...
En realidad, no lo sé. Yo acabo de morir de bubas. Una muerte atroz, dolorosa, sin remedio.
Unramillete de plagas que me regalaron mis propios hermanos indígenas, a cambio de los males que
los españoles les trajimos a ellos. Me maravilla ver, de la noche a la mañana, esta ciudad de México
poblada de rostros carcarañados, marcados por la viruela, tan devastados como las calzadas de la
ciudad conquistada. Se agita, hirviente, el agua de la laguna; los muros han contraído una lepra incurable; losrostros han perdido para siempre su belleza oscura, su perfil perfecto: Europa le ha arañado
para siempre el rostro a este Nuevo Mundo que, bien visto, es más viejo que el europeo. Aunque desde
esta perspectiva olímpica que me da la muerte, en verdad veo todo lo que ha ocurrido como el
encuentro de dos viejos mundos, ambos milenarios, pues las piedras que aquí hemos encontrado son
tanantiguas como las del Egipto y el destino de todos los imperios ya estaba escrito, para siempre, en
los muros del festín de Baltasar.
Lo he visto todo. Quisiera contarlo todo. Pero mis apariciones en la historia están severamente
limitadas a lo que de mí se dijo. Cincuenta y ocho veces soy mencionado por el cronista Bernal Díaz
del Castillo en su Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España.Lo último que se sabe de
mí es que ya estaba muerto cuando Hernán Cortés, nuestro capitán, salió en su desventurada
expedición a Honduras en octubre de 1524. Así lo describe el cronista y pronto se olvida de mí.
Reaparezco, es cierto, en el desfile final de los fantasmas, cuando Bemal Díaz enumera el
destino de los compañeros de la Conquista. El escritor posee una memoria prodigiosa; recuerdatodos
los nombres, no se le olvida un solo caballo, ni quien lo montaba. Quizás no tiene otra cosa sino el
recuerdo con el cual salvarse, él mismo, de la muerte. O de algo peor: la desilusión y la tristeza. No
nos engañemos; nadie salió ileso de estas empresas de descubrimiento y conquista, ni los vencidos,
que vieron la destrucción de su mundo, ni los vencedores, que jamás alcanzaron lasatisfacción total
de sus ambiciones, antes sufrieron injusticias y desencantos sin fin. Ambos debieron construir un
nuevo mundo a partir de la derrota compartida. Esto lo sé yo porque ya me morí; no lo sabía muy bien
el cronista de Medina del Campo al escribir su fabulosa historia, y de allí que le sobre memoria, pero
le falte imaginación.
No falta en su lista un solo compañero de la Conquista.Pero la inmensa mayoría son
despachados con un lacónico epitafio: "Murió de su muerte". Unos cuantos, es cierto, se distinguen
porque murieron "en poder de indios". Los más interesantes son los que tuvieron un destino singular
y, casi siempre, violento.
La gloria y la abyección, debo añadir, son igualmente notorias en estas andanzas de la
Conquista. A Pedro Escudero y a Juan Cermeño, Cortés...
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