El niño con el pijama de rayas
EL NIÑO CON EL
PIJAMA DE RAYAS
El descubrimiento de Bruno
Una tarde, Bruno llegó de la escuela y se llevó una
sorpresa al ver que Maríaa, la criada de la familia —que
siempre andaba cabizbaja y no solía levantar la vista
de la alfombra—, estaba en su dormitorio sacando
todas sus cosas del armario y metiéndolas en cuatro
grandes cajas de madera; incluso las pertenencias queél había escondido en el fondo del mueble, que eran
suyas y de nadie más.
—¿Qué haces? —le preguntó con toda la educación
de que fue capaz, pues, aunque no le hizo ninguna
gracia encontrarla revolviendo sus cosas, su madre
siempre le recordaba que tenía que tratarla con respeto
y no limitarse a imitar el modo en que Padre se
dirigía a la criada—. No toques eso.
Maria sacudió la cabeza yseñaló la escalera, detrás
de Bruno, donde acababa de aparecer la madre
del niño. Era una mujer alta y de largo cabello pelirrojo,
recogido en la nuca con una especie de redecilla.
Se retorcía las manos, nerviosa, como si hubiera
algo que le habría gustado no tener que decir o algo
que le habría gustado no tener que creer.
—Madre —dijo Bruno—, ¿qué pasa? ¿Por qué
Maria está revolviendo miscosas?
—Está haciendo las maletas.
—¿Haciendo las maletas? —repitió él, y repasó
a toda prisa los días anteriores, considerando si
se había portado especialmente mal o si había pronunciado
aquellas palabras que tenía prohibido
pronunciar, y si por eso lo castigarían mandándolo a
algún sitio. Pero no encontró nada. Es más, en los últimos
días se había portado de forma perfectamente
correcta yno recordaba haber causado ningún problema—.
¿Por qué? —preguntó entonces—. ¿Qué he
hecho?
Pero Madre ya había subido a su dormitorio,
donde Lars, el mayordomo, estaba recogiendo sus
cosas. La mujer echó un vistazo, suspiró y alzó las
manos con gesto de frustración antes de volver hacia
la escalera. En ese momento Bruno subía, porque no
pensaba olvidar el asunto sin haber recibido unaexplicación.
—Madre —insistió—, ¿qué pasa? ¿Vamos a mudarnos?
—Ven conmigo —dijo ella, señalando el gran comedor,
donde la semana anterior había cenado el Furias—.
Hablaremos abajo.
Bruno se volvió y bajó la escalera a toda prisa,
adelantando a su madre, de modo que ya la esperaba
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en el comedor cuando ella llegó. La observó un momento
en silencio y pensó que aquella mañana se habíaaplicado mal el maquillaje, porque tenía los bordes
de los párpados más rojos de lo habitual, igual que se
le ponían a él cuando se portaba mal, se metía en un
aprieto y acababa llorando.
—Mira, hijo, no tienes que preocuparte —dijo
ella, acomodándose en la silla donde se había sentado
la acompañante del Furias, una rubia hermosísima, y
desde donde ésta se había despedido de Bruno con la
manocuando Padre cerró las puertas—. Ya verás, de
hecho vas a vivir una gran aventura.
—¿Qué aventura? ¿Vais a mandarme a algún sitio?
—No, no te vas sólo tú —repuso ella, y por un instante
pareció que quería sonreír—. Nos vamos todos.
Tú, Gretel, tu padre y yo. Los cuatro.
Bruno arrugó la nariz. No le importaba demasiado
que enviaran a Gretel a algún sitio, porque ella era
tonta de remate y nohacía más que fastidiarlo, pero
le pareció un poco injusto que todos tuvieran que irse
con ella.
—Pero ¿adónde? —preguntó—. ¿Adonde nos vamos?
¿Por qué no podemos quedarnos aquí?
—Es por el trabajo de tu padre. Ya sabes lo importante
que es, ¿verdad?
—Sí, claro. —Bruno asintió con la cabeza. Siempre
acudían muchas visitas a la casa (hombres con
uniformes fabulosos y mujeres con máquinasde escribir
que él no podía tocar con las manos sucias), y
todos se mostraban muy educados con su padre y co-
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mentaban que era un hombre con porvenir y que el
Furia tenía grandes proyectos para él.
—Bueno, pues a veces, cuando alguien es muy
importante —continuó Madre—, su jefe le pide que
vaya a algún sitio para hacer un trabajo muy especial.
—¿Qué clase de trabajo? —preguntó...
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