El niño feo

Páginas: 57 (14092 palabras) Publicado: 2 de agosto de 2015
Edith Fellowes alisó su bata de trabajo como hacía siempre antes de abrir la puerta de complicada cerradura y cruzar la invisible línea divisoria entre el ser y no ser. Llevaba su bloc de notas y su pluma, aunque nunca apuntaba nada, salvo lo absolutamente necesario para un informe. Esta vez llevaba una maleta («Juegos para el niño», dijo sonriente al guardia…, que, desde hacía tiempo, no leinterrogaba y que le indicó que siguiera adelante). Y, como siempre, el chiquillo feo sabía que había entrado y corrió hacia ella:
– Miss Fellowes…, Miss Fellowes… -gritaba a su modo, dulce y algo confuso.
– Timmie -le replicó, al tiempo que le pasaba la mano por el cabello alborotado de su malformada cabecita-. ¿Qué pasa?
– ¿Volverá Jerry a jugar conmigo? Siento lo que paso.
– No pienses en esoahora, Timmie. ¿Es por eso por lo que has estado llorando? Desvió la mirada.
– No sólo por eso, Miss Fellowes. He vuelto a soñar.
– ¿El mismo sueño? -preguntó, apretando los labios. Claro, el asunto Jerry provocaba otra vez el sueño. Movió la cabeza. Sus enormes dientes aparecían cuando trataba de sonreír y los labios de su boca saliente se distendieron.
– ¿Cuándo seré grande para salir por ahí, MissFellowes?
– Pronto -le respondió con dulzura, sintiendo que se le partía el corazón-. Pronto. Miss Fellowes dejó que le cogiera la mano y disfrutó con el contacto tibio de la piel gruesa y seca de su manita. La llevó a través de las tres estancias que formaban el conjunto de la Sección Uno de «Stasis»…, una sección cómoda, sí, pero una cárcel perpetua para el chiquillo feo en los siete (¿eransiete?) años de su vida. La llevó a la única aventura que daba a un bosque bajo su mundo (ahora oscurecido por la noche) donde una valla y unas instrucciones pintadas no permitían a nadie entrar sin permiso. Apretó la nariz contra la ventana:
– ¿Allí fuera, Miss Fellowes?
– Hay mejores sitios, más bonitos -respondió con tristeza al mirar su pobrecito rostro, recortado de perfil sobre la ventana. Lafrente plana inclinada hacia atrás, el cabello cayéndole en largos mechones y la parte de atrás del cráneo abultada, hacían que la cabeza pareciera tan pesada que se le caía hacia delante, obligando a todo el cuerpo a doblarse. Los salientes pómulos tensaban la piel sobre sus ojos. Su boca saliente era más prominente que su nariz aplastada, y casi no tenía barbilla, sólo una mandíbula curvada haciadelante y atrás. Era bajito para su edad, con unas piernas cortas y combadas. Era un chiquillo muy, pero que muy feo, y Miss Fellowes le tenía un gran cariño. Su propia cara estaba fuera de su línea de visión, así que pudo permitirse el lujo de que le temblaran los labios.
No les dejaría que le mataran. Haría cualquier cosa para evitarlo. Cualquier cosa. Abrió la maleta y empezó a sacar la ropaque contenía.
Edith Fellowes había cruzado el umbral de Stasis, hacía poco más de tres años. En aquel entonces no tenía la menor idea de lo que significa «Stasis» ni para qué servía el lugar. Nadie lo sabía, salvo los que trabajaban allí. Casualmente, fue al día siguiente de su llegada cuando la noticia se divulgó por el mundo entero. Fue sólo que se había pedido una mujer con experiencia enfisiología, en química clínica y amor por los niños. Edith Fellowes era una enfermera en una sala de maternidad y creía reunir estas condiciones. Gerald Hoskins, cuya placa en su mesa de despacho incluía un doctorado tras su nombre, se rascó la mejilla y se la quedó mirando fijamente. Miss Fellowes se irguió maquinalmente y sintió que se le contraía el rostro (con su nariz levemente asimétrica y suscejas excesivamente pobladas). «Tampoco él era ninguna belleza -pensó resentida-. Es gordo y calvo y tiene la boca fea.» Pero el sueldo al que había hecho mención estaba muy por encima del que había creído, así que esperó.
– ¿Le gustan realmente los niños? -preguntó Hoskins.
– Si no me gustaran, no lo diría.
– ¿O sólo le gustan los niños guapos, los niños gorditos con boquitas de rosa y sonoros...
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