El Once J
Durante los años que vivieron con ella, la viuda de R. trató a los chicos como si no lo hubieran sido. ¡Ah… si los había mortificado! Castigos y humillaciones a granel. Sobre todo, a Lilibeth —la más pequeña de los hermanos— acaso porque era tan dulce y bonita, idéntica a la mamá muerta, a quien la viuda de R. tampoco había querido —por supuesto— porque por algo eraperversa, ¿no?
Luis y Leandro no lo habían pasado mejor con su abuela pero —al menos— sus caritas los habían salvado de padecer una que otra crueldad: no se parecían a la de Lilibeth y —por lo tanto— a la vieja no se le habían transformado en odiados retratos de carne y huesos.
El caso fue que tanto sufrimiento soportaron los tres hermanos por culpa de la abuela que —no bien crecieron y pudierontrabajar— alquilaron un departamento chiquito y allí se fueron a vivir juntos.
Pasaron algunos años más.
Luis y Leandro se casaron y así fue como Lilibeth se quedó sólita en aquel 11 “J”, contrafrente, dos ambientes, teléfono, cocina y baño completos, más balconcito a pulmón de manzana.
Lili era vendedora en una tienda y —a partir del atardecer— estudiaba en una escuela nocturna.
Un viernes a lamedianoche —no bien acababa de caer rendida en su cama— se despertó sobresaltada. Una pesadilla que no lograba recordar, acaso. Lo cierto fue que la muchacha empezó a sentir que algo le aspiraba las fuerzas, el aire, la vida.
Esa sensación le duró alrededor de cinco minutos inacabables.
Cuando concluyó, Lilibeth oyó —fugazmente— la voz de la abuela. Y la voz aullaba desde lejos—.—Liiilibeeeth… Pronto nos veremos… Liiilibeeeth… Liiiiiii… Liiiii… Ag.
La jovencita encendió el velador, la radio y abandonó el lecho, indudablemente, una ducha tibia y un tazón de leche iban a hacerle muy bien, después de esos momentos de angustia.
Y así fue.
Pero a la mañana siguiente— lo que ella había supuesto una pesadilla más comenzó a prolongarse, aunque ni la misma Lili pudiera sospecharlo todavía.Las voces de Luis y Leandro —a través del teléfono— le anunciaron:
—Esta madrugada falleció la abuela… Nos avisó el encargado de su edificio… sí… te entendemos… Nosotros tampoco, Lili… pero… claro… alguien tiene que hacerse cargo de… Quedáte tranquila, nena… Después te vamos a ver… Sí… Bien… Besos, querida.
Luis y Leandro visitaron el 11 “J” la noche del domingo. Lilibeth los aguardabaansiosa.
Si bien ninguno de los tres podía sentir dolor por la muerte de la malvada abuela, una emoción rara —mezcla de pena e inquietud a la par— unía a los hermanos con la misma potencia del amor que se profesaban.
—Si estás de acuerdo, nena, Leandro y yo nos vamos a ocupar de vender los muebles y las demás cosas, ¿eh? Ah, pensamos que no te vendrían mal algunos artefactos. Esta semana te los vamosa traer. La abuela se había comprado tv-color, licuadora, heladera, lustradora y lavarropas ultra modernos, ¿qué te parece? Lilibeth los escuchaba como atontada. Y como atontada recibió —el sábado siguiente— los cinco aparatos domésticos que habían pertenecido a la viuda de R., que en paz descanse. Su herencia visible y tangible. (La otra, Lili acababa de recibirla también, aunque… ¿cómo podíadarse cuenta?… ¿quién hubiera sido capaz de darse cuenta?)
Más de dos meses transcurrieron en los almanaques hasta que la jovencita se decidió a usar esos artefactos que se promocionaban en múltiples propagandas, tan novedosos y sofisticados eran. Un día, superó la desagradable impresión que le causaban al recordarle a la desamorada abuela y —finalmente— empezó con la licuadora. Aquella...
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