El orden de un discurso
del discurso
Michel Foucault
Traducción de Alberto González Troyano
Tusquets Editores, Buenos Aires, 1992
Título original:
L’ordre du discours, 1970
Los números entre corchetes corresponden
a la paginación de la edición impresa
Lección inaugural en el Collège de France
pronunciada el 2 de diciembre de 1970
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En el discurso que hoy debo pronunciar, y en todosaquellos que,
quizás durante años, habré de pronunciar aquí, hubiera preferido
poder deslizarme subrepticiamente. Más que tomar la palabra, hubiera
preferido verme envuelto por ella y transportado más allá de todo
posible inicio. Me hubiera gustado darme cuenta de que en el momento
de ponerme a hablar ya me precedía una voz sin nombre desde hacía
mucho tiempo: me habría bastando entonces conencadenar, proseguir
la frase, introducirme sin ser advertido en sus intersticios, como si ella
me hubiera hecho señas quedándose, un momento, interrumpida. No
habría habido por tanto inicio; y en lugar de ser aquel de quien procede
el discurso, yo sería más bien una pequeña laguna en el azar de su
desarrollo, el punto de su desaparición posible.
Me habría gustado que hubiese detrás de mí(habiendo tomado desde hace tiempo la palabra, repitiendo de antemano todo cuanto voy a
decir) una voz que hablase así: «Hay que continuar, no puedo continuar, hay que decir palabras mientras las haya, hay que decirlas hasta
que me encuentren, hasta el momento en que me digan —extraña
pena, extraña falta, hay que continuar, quizás está ya hecho, quizás ya
me han dicho, quizás me han llevado hasta elumbral de mi historia,
ante la puerta que se abre ante mi historia; me extrañaría si se abriera».
Pienso que en mucha gente existe un deseo semejante de no tener
que empezar, un deseo se–[10]mejante de encontrarse, ya desde el
comienzo del juego, al otro lado del discurso, sin haber tenido que
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considerar desde el exterior cuanto podía tener de singular, de temible,
incluso quizás demaléfico. A este deseo tan común, la institución
responde de una manera irónica, dado que devuelve los comienzos
solemnes, los rodea de un círculo de atención y de silencio y les impone, como queriendo distinguirlos desde lejos, unas formas ritualizadas.
El deseo dice: «No querría tener que entrar yo mismo en este orden
azaroso del discurso; no querría tener relación con cuanto hay en él detajante y decisivo; querría que me rodeara como una transparencia
apacible, profunda, indefinidamente abierta, en la que otros responderían a mi espera, y de la que brotarían las verdades, una a una; yo no
tendría más que dejarme arrastrar, en él y por él, como algo abandonado, flotante y dichoso». Y la institución responde: «No hay por qué
tener miedo de empezar; todos estamos aquí para mostrarteque el
discurso está en el orden de las leyes, que desde hace mucho tiempo se
vela por su aparición; que se le ha preparado un lugar que le honra
pero que le desarma, y que, si consigue algún poder, es de nosotros y
únicamente de nosotros de quien lo obtiene».
Pero quizás esta institución y este deseo no son otra cosa que dos
réplicas opuestas a una misma inquietud: inquietud con respecto alo
que es el discurso en su realidad material de [11] cosa pronunciada o
escrita; inquietud con respecto a esta existencia transitoria destinada
sin duda a desaparecer, pero según una duración que no nos pertenece,
inquietud al sentir bajo esta actividad, no obstante cotidiana y gris;
poderes y peligros difíciles de imaginar; inquietud al sospechar la
existencia de luchas, victorias, heridas,dominaciones, servidumbres, a
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través de tantas palabras en las que el uso, desde hace tanto tiempo, ha
reducido las asperezas.
Pero, ¿qué hay de peligroso en el hecho de que las gentes hablen y de
que sus discursos proliferen indefinidamente? ¿En dónde está por tanto
el peligro?
* * *
He aquí la hipótesis que querría emitir, esta tarde, con el fin de establecer el lugar —o...
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