El Origen Perdido
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© Matilde Asensi, 2003 © Editorial Planeta, S. A., 2003 Diagonal, 662-664, 08034 Barcelona (España) Ilustraciones del interior: Josep Lluís Ferrer Primera edición: setiembre de 2003 Depósito Legal: M. 26.526-2003 ISBN 84-08-04866-X Composición: Víctor Igual, S. L. Impresión y encuadernación: Mateu Cromo Artes Gráficas, S. A. Printed in Spain - Impreso en EspañaAlexDumas(sábado, 04 de octubre de 2003)
Cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia. ARTHUR C. CLARKE
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El problema que yo apenas vislumbraba aquella tarde mientras permanecía de pie, inmóvil entre el polvo, las sombras y los olores de aquel viejo y cerrado edificio, era que ser un urbanícola progresista, escéptico y tecnológicamente desarrollado deprincipios del siglo XXI me incapacitaba para tomar en consideración cualquier cosa que quedara fuera del ámbito de los cinco sentidos. En aquel momento, la vida, para un hacker como yo, sólo era un complejo sistema de algoritmos escritos en un lenguaje de programación para el cual no existían manuales. Es decir, que, aquella tarde, yo era de los que creían que vivir era aprender cada día a manejar tupropio e inestable programa de ordenador sin posibilidad de asistir a cursillos previos ni tiempo para pruebas y ensayos. La vida era lo que era y, además, muy corta, así que la mía consistía en mantenerme permanentemente ocupado, sin pensar en nada que no tuviera que ver con lo que llevaba a cabo en cada momento, sobre todo si, como entonces, lo que estaba haciendo era, entre otras cosas, un delitopenado por la ley. Recuerdo que me detuve un segundo para contemplar con extrañeza los ajados detalles de aquel plató que, en un tiempo para mí muy lejano (veinte o, quizá, treinta años), había resplandecido y vibrado con las luces de los focos y la música de las orquestas en directo. Aún no habían transcurrido por completo las últimas horas de aquel día de finales de mayo y ya no podía verse elsol por detrás de los contrafuertes de los antiguos estudios de televisión de Miramar, en Barcelona, que, aunque clausurados y abandonados, gracias a mis amigos y a mí estaban a punto de servir de nuevo al que fuera su propósito original. Mirándolos desde dentro, como hacía yo, y escuchando el eco de las famosas voces que siempre los habitarían, parecía imposible pensar que en pocos meses fueran aconvertirse en otro hotel más para turistas de lujo. A mi lado, Proxi y Jabba se afanaban montando el equipo sobre una veterana tribuna de madera despintada hasta la que llegaba con dificultad el resplandor de las farolas de la calle. Los pantalones de Proxi, negros y ceñidos, apenas le cubrían los tobillos y esos huesecillos afilados, esas aristas, lanzaban sombras descomunales sobre suspiernas, largas y llenas de ondulaciones, gracias a las linternas de neón que descansaban sobre la tarima. Jabba, uno de los mejores ingenieros de Ker-Central, conectaba la cámara al ordenador portátil y al amplificador de señal con habilidad y rapidez; a pesar de ser tan grande, grueso y gelatinoso, Jabba pertenecía a esa raza de tipos inteligentes, acostumbrados al contacto del aire y del sol, que, apesar de haberse endurecido en mil batallas contra el código, aún conservaban algo de la desenvoltura del hombre primitivo en el hombre moderno. —He terminado —me dijo Jabba, levantando la vista. Su cara redonda apiñaba los ojos, la nariz y la boca en el centro del círculo. Se había recogido las greñas de pelo rojo y largo detrás de las orejas. —¿Las conexiones están operativas? —pregunté a Proxi.—Dentro de un par de minutos. Miré mi reloj. Las manecillas, que salían directamente de la nariz del barbudo capitán Haddock, marcaban las ocho menos cinco. En poco más de media hora todo habría terminado. De momento, la antena parabólica ya estaba orientada y el punto de acceso listo para abrirse, así que sólo faltaba que Jabba acabara de montar la conexión inalámbrica para que yo pudiera...
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