El Pais De La Canela
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William Ospina
El País de la Canela
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«Mira esta música.»
Fernando Denis
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En Flandes, en 1547, Teofrastus me lo explicó todo. «Nos dieron
la diversidad del mundo», me dijo, «pero nosotros sóloqueremos
el oro. Tú encontraste un tesoro, una selva infinita, y sentiste
infinita decepción, porque querías que esa selva de miles de
apariencias tuviera una sola apariencia, que todo en ella no
fuera más que leñosos troncos de canela de Arabia. Anda, dile
al designio que hizo brotar miríadas de bestias que tú no quieres ver más que tigres. Dile al artífice de los metales que sólo estás interesado enla plata. Dile al demiurgo que inventó las
criaturas que el hombre sólo quiere que sobreviva el hombre. Ve
y dile al paciente alfarero que modela sin tregua millones de
seres que tú sólo quisieras ver un rostro, un solo rostro humano
para siempre. Y dile al incansable y celeste dibujante de árboles
que sólo te interesa que un árbol exista. Es eso lo que hacemos
desde cuando surgió la voluntad.Apretar en el puño una polvareda de estrellas para tratar de condensarla en un sol irradiante. Reducir a la arcilla las estatuas de todos los dioses para
alzar de su masa un dios único, desgarrado de contradicciones, atravesado de paradojas y por ello lastrado de imposibles.»
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La primera ciudad
querecuerdo
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L
a primera ciudad que recuerdo vino a mí por los mares en
un barco. Era la descripción que nos hizo mi padre en su carta
de la capital del imperio de los incas. Yo tenía doce años cuando Amaney, mi nodriza india, me entregó aquella carta, y en
ella el trazado de una ciudad de leyenda que miimaginación
enriqueció de detalles, recostada en las cumbres de la cordillera, tejida de piedras gigantes que la ceñían con triple muralla y
que estaban forradas con láminas de oro. Tan pesados y enormes eran los bloques que parecía imposible que alguien hubiera podido llevarlos a lo alto, y estaban encajados con tanta
precisión que insinuaban trabajo de dioses y no de humanos
ínfimos. Las letras de mipadre, pequeñas, uniformes, sobresaltadas a veces por grandes trazos solemnes, me hicieron percibir la firmeza de los muros, nichos que resonaban como cavernas, fortalezas estriadas de escalinatas siguiendo los dibujos de
la montaña. No sé si esa lectura fue entonces la prueba de las
ciudades que había sido capaz de construir una raza: al menos
fue la prueba de las ciudades que es capaz de imaginarun
niño.
Era una honda ciudad vecina de las nubes en la concavidad
de un valle entre montañas, y la habitaban millares de nativos del reino vestidos de colores: túnicas azules bajo mantas
muy finas de rosa y granate, bordadas con soles y flores; gruesos discos de lana roja, amplios como aureolas sobre las cabezas,
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y sombreros que mi padre sóloacertaba a describir como bonetes morados que caían sobre un vistoso borde amarillo. Gentes de oscuros rostros de cobre, de pómulos asiáticos y grandes
dientes blanquísimos; hombres de silencio y maíz que pasaban
gobernando rebaños de bestias de carga desconocidas para
nosotros, bestias lanosas de largos cuellos y mirada apacible,
increíblemente diestras en trotar por cornisas estrechas sobre
el...
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