El Papa Verde

Páginas: 482 (120302 palabras) Publicado: 24 de octubre de 2011
Miguel Angel Asturias

El Papa Verde

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Primera parte

I
Sacó la cara —¿quién iba a reconocer a Geo Maker Thompson?—, lo iluminaba de abajo arriba una luz de luciérnaga húmeda —¿quién iba a reconocerlo tiznado hasta el galillo?—, el sudor en gordas viruelas de cristal sobre la frente mantecosa de grasa de máquina y los grandes cartílagos de sus orejas friéndose enaceite. Por las espinas de la barba subía el débil claror de la lámpara que tenía a sus pies, sin pasar de sus párpados, los ojos en pozos negros, la frente en sombra y la nariz a filo. Sacó la cara y fue todo humo su cabello, humo rojizo, humo de carbón con chispas de brasas visibles en la oscuridad de la noche caliente. No vio nada, pero estuvo con las narices fuera del rincón de la calderahediendo a tablas hechas estropajo, herrumbre de fierro gastado por la sal y tufo de vapor de agua. Respirar... Respirar metiendo las narices en los pulmones del viento que acompañaba a pasto el crecer de las olas, animales de rabos espumosos. Al erguirse, quebrado de la cintura, ansioso de respirar, de ver, de sacar la cara, cayó a sus pies la llave maestra, postrer herramienta en la busca del fallónde caldera que llevaban, golpe en el tablero que hizo parpadear la luz que desde abajo le iluminaba la cara impávida,

Miguel Angel Asturias

El Papa Verde

ahora alumbrada por las luces de estribor, lagrimosas, chorreantes, rociadas por el oleaje. Asomó la cara momentos ante de estabilizarse el vaporcito, combatido, entre peines de lluvia, por el viento horas y horas, más horas que las quemarcaban los relojes de los pasajeros, porque a medida que la noche empezó a negrear sobre el charol enfurecido del Mar Caribe, el tiempo se detuvo en espera de que pasase algo que duraría un parpadear de segundo y que ya no sería de su reino sino de la eternidad, y se detuvo de tal suerte que nadie creía ver amanecer cuando pintó la luz del alba. Sobrevino la claridad de pronto, por sorpresa, pormilagro, al entrar el vaporcito en la líquida quietud de la bahía, dejando atrás el cañoneo de las olas en la Punta de Manabique, las montañas de espuma en que estuvieron perdidos como en la cola de un cometa, y enfrentar la herradura de bosques flotantes en la costa dormida. Bajo la cáscara de hollín, sudor y aceite, su cara blanca de amplísima frente, alargados ojos castaños, barbas cobrizas dejoven lobo de mar, dientes uniformes un poco cortos de encías sanguíneas, recibió el frescor claro del ámbito de muchas leguas de amanecer y mar engolfado, como el primer premio de la lotería, mientras los pasajeros, lívidos, magullados, con el mascón de la noche más terrible de sus pobres vidas en las ropas, iban adivinando a la distancia, ansiedad de llegar, al final de sábanas de níquel manso,las palmeras y los edificios del puerto recortados en celeste sobre fondo de cielo color membrillo. ¡Pasajeros!... Más parecían náufragos. Siempre terminaba en seminaufragio aquella travesía de una noche que en este viaje se tornó eterna, por la tormenta y la descompostura de la máquina. Los treinta hombres que llevaba el vaporcito agonizaron y revivieron muchas veces. El abismo los escupía, yapara tragárselos, asqueado de sus blasfemias, desechos de muchas cosas deshechas en el Canal de Panamá. Sus blasfemias cavaban más hondo el mar. La embarcación estallaba en oro, caja de fósforos incendiada a cada relámpago, coincidiendo con el tranquear de la máquina que la hacía perder fuerza y quedar a merced de las olas, barrida océano adentro por la lluvia o devuelta como cáscara hacia la costaretumbante por el tronar de la tempestad. El encabritarse de la nave, al mermar el impulso de la máquina, y su zangoloteo al reponerse y normalizar la marcha, alternaban el desesperar y la esperanza de los hombres, bien que su desesperar fuera cada vez mayor porque cada vez quedaba la nave más tiempo expuesta a los elementos desencadenados, enfurecidos, sin otro consuelo de capear el temporal...
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