Por qué es tan fascinante el pasado de nuestro país? ¿Por qué nos obliga a pensarlo y repensarlo continuamente? En México, el pasado está vivo; no es cosa muerta ni asunto del anecdotario,sino un cuerpo inmenso que se mueve en busca de preguntas y de nuevas explicaciones. Decía Ortega y Gasset que el pasado es en función del futuro y, también, de los cabos dispersos de nuestropresente. Toda pasión, por supuesto, tiene su cara luminosa y su lado oscuro. La pasión histórica de los mexicanos ha creado mitologías opresivas y ha poblado el país de fantasmas. Pero también haservido para crear espacios de encuentro y conciliación, ha animado la vida nacional y, lo que para mí como historiadora es más importante, ha estimulado una tradición crítica extraordinaria.Hago estas consideraciones, acaso demasiado generales, para señalar que El pasado indígena, de Alfredo López Austin y Leonardo López Luján, es, desde mi punto de vista, una contribución notablea esa tradición crítica. Me parece que se adelanta y abre brecha en la comprensión del México antiguo, del mundo precolombino y de los orígenes de la civilización en América del Norte.Enseguida hago algunas anotaciones, no necesariamente jerarquizadas, para precisar mi entusiasmo. Los autores hacen un recuento puntual de los hechos y las aportaciones de esa “enramada cultural”constituida por las tres superáreas mexicanas, Aridamérica, Oasisamérica y Mesoamérica, las cuales, en conjunto, establecieron el pasado indígena que nos corresponde. Todavía hoy persiste elequívoco de creer que Mesoamérica es el único antecedente de la Nueva España y del México moderno y contemporáneo, pero cada vez es más claro que las aportaciones de las otras dos superáreas fuerondefinitivas para la conformación de nuestro país, no se diga de ese complejo cultural que fue el México antiguo; un pasado que no podemos comprender sino como heterogéneo y en continuo movimiento
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