El pendulo de la riqueza
por Jesús Silva-Herzog Márquez
La palabra populismo es una nube de asociaciones detestables. Es demagogia, irresponsabilidad, rechazo a la negociación institucional, desprecio de las sumas y las restas, adoración de un caudillo. No hay ejercicio sobre el contenido de la palabra que no parta de la dificultad de encontrarle un marco. Es un conceptoimpreciso –si es que llega a ser concepto. Con la palabra se ha designado una vasta variedad de experiencias políticas: un movimiento intelectual de apreciación del campesinado ruso, una organización de granjeros racistas en Estados Unidos, muchos gobiernos latinoamericanos a lo largo del siglo XX y diversos movimientos de la derecha radical en Europa. Populismos de derecha y de izquierda.
Un valiosolibro del El Colegio de México ha mostrado los contornos resbaladizos del concepto, sus variedades regionales y sus frecuentes reencarnaciones. Evocando la famosa conferencia de Benjamin Constant, Guy Hermet, Soledad Loaeza y Jean-François Prud’homme hablan del paso del populismo de los antiguos al populismo de los modernos. Hermet describe el populismo clásico con una serie de notas definitorias.En primer lugar, se levanta sobre una densa hostilidad a las elites. Los de arriba controlan el poder y los dispositivos de la representación. Las instituciones son suyas y se emplean para repartirse los privilegios. La segunda nota es una moral dicotómica. Hay un aire religioso en los movimientos populistas que se expresa en esta noción de un universo partido entre el cielo de los buenos y elinfierno asegurado a los malos. En la imaginación populista, el pueblo adquiere virtudes infinitas. El trabajador manual, el hombre sencillo y pobre encarna un ideal cívico, mientras que el burócrata y el banquero parásito son los enemigos de la sociedad. La política que alimenta esta fantasía es redentora e intolerante. Instaura, según Hermet, un “apartheid inscrito en los corazones.” Finalmente, elpopulismo niega dos veces la política. Primero cancela la posibilidad de un gobierno aceptable: los gobernantes son irremediablemente perversos. Sólo el héroe podrá expresar las demandas del pueblo. Después, el populismo niega la capacidad de la política de administrar el tiempo. No hay en su reloj manecilla para el futuro: al poner fin a la conspiración de los poderosos, el futuro llegaráautomáticamente. El populismo moderno se separa en alguna medida de ese radicalismo. No rompe definitivamente con las instituciones de la democracia representativa, las usa con frecuencia pero mantiene una posición ambigua frente a sus ordenanzas. Se asocia hoy, sobre todo, con una expectativa de certeza y de poder firme. Nostalgia del hombre fuerte. Los populismos contemporáneos pueden ser paraguasmulticlasistas, pero coinciden en la búsqueda de firmeza frente a la angustia de la incertidumbre.
Soledad Loaeza apunta en el mismo libro tres elementos centrales en todo populismo: un discurso que idealiza al pueblo, un relación directa y vertical entre el dirigente y las masas, y una aversión a las instituciones del pluralismo democrático. En todo caso, resulta claro que el uso común delconcepto es peyorativo. Como el vocablo neoliberal, es una patología que nadie se atreve a reivindicar como propia.
Ernesto Laclau se ha apartado de esa línea para delinear una compleja reivindicación del populismo. El populismo no es el demonio; es seña de la operación política por excelencia: la construcción imaginaria de un nosotros. A lo largo de su prolífico trabajo académico, Laclau ha tratadode entender el papel de los actores políticos en la historia desde una perspectiva que él llama postmarxista. La izquierda marxista creció bajo el embrujo de un agente privilegiado de la historia, un personaje colectivo con una misión preestablecida. Ésa es su ilusión ontológica: una clase con intereses universales conducirá a la liberación de la humanidad. En 1985, junto con Chantal Mouffe,...
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