El Presidente Idiota
perdido toda forma original, casi nadie ya entiende de sueños, sólo el grillo
de hierro egoísta para lastimar, este mundo con su forja de lobos y bombas inteligentes, los robots nacidos del fuego de palabras, maldito nuevo
milenio, en el parque se yergue la estatua de Céspedes indicando algo a los
pedigüeños ahogados en alcohol, a los libreros que voceancon sus tarimas
llenas de libros viejos, los vendedores de sexo, como tú misma, olvidados
de cualquier verdad, tan sólo la ropa, la comida o la fuga, una resignación
de siglos y un vivir en suspensivo, por lo menos tú te sientes liberada de
esperas, sólo hubo aquella ofuscación transformada en recuerdo patético.
Sí, pero cómo decirle, no es tan sólo un simple juego de labios, tampoco
es comoconfiar la suerte al horóscopo, míralo. Usted espera, los ojos limpios, con su traje anticuado y toda la inocencia impúdica de un escritor de
los sesenta, fascinado por la Revolución cubana, por la guerrilla del Che,
por tantas cosas… Piensa que sería una lástima despertar ahora y descubrir las paredes del cuarto del hotel sobre los ojos. Tú de pronto desearías
haber nacido en aquella época, sin todala basura acumulada en estos cuarenta años y no saber, no saber… Claro que podrías ir entrándole suavemente, hablarle de guerras lejanas como novelas rosas, o contarle sólo las
cosas buenas, o con parábolas, en forma de enigmas, o incluso mentirle,
inventarle una realidad alternada, algo así como la caída del bloque capitalista, al fin y al cabo para él sólo eres un personaje de sueños, pero no.Él
no se lo merece. Entonces te decides, tomas aire y cuando vas a comenzar
a contarle, usted se levanta, dice «Discúlpame un minuto», y se va a recibir
a un hombre gordo que acaba de llegar al parque. Le habla con excitación
y lo trae al banco. «Les presento. Éste es Lezama.» Lástima que ya para
ti sea demasiado tarde. Notas cómo las líneas de los cuerpos comienzan
a difuminarse, La Habanadesaparece en figuras de geometría extravagante. «¿Con quién hablabas?», le pregunta su amigo, y usted hace un gesto
resignado con la mano, señalando el banco, ahora desierto. Y tú, tratando
de retener la última visión de sus ojos oblicuos, de pronto sientes ganas de
llorar, o de reír. Ahora piensas que vas a tener que empezar a leer, en serio,
aunque no te guste.
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Daniel Alarcón
El presidente idiotaCuando salí del conservatorio, trabajé durante dos meses con un grupo de
teatro llamado Diciembre. Se trataba de una compañía bien establecida
que se había fundado en los agitados años de la guerra, durante los cuales
se hicieron célebres tanto por sus descaradas incursiones en la zona de
conflicto para llevar el teatro al pueblo como por los maratonianos espectáculos diarios que representaban enla ciudad: revisiones pop de García
Lorca o lecturas estentóreas de culebrones brasileños, siempre con una
sesgo político, a veces sutil, a menudo obvio. Cualquier cosa para mantener a la gente despierta y risueña durante lo que de otra manera serían
las oscuras y solitarias horas del toque de queda. Esos espectáculos fueron
una leyenda entre los estudiantes de teatro de mi generación y muchos
demis compañeros de clase afirmaban haber acudido a alguna de las representaciones siendo niños. Contaban que sus padres los habían llevado, que habían sido testigos de inefables actos de depravación, una impía
amalgama de recital e insurrección, sexo y barbarie; que, aún años después, ese recuerdo les perturbaba, les hería o incluso les inspiraba. Todos
mentían. De hecho, estudiábamos para mentir.Han pasado nueve años
desde que me gradué y supongo que hoy los estudiantes del conservatorio
hablan de otras cosas. Son además demasiado jóvenes para recordar lo
rutinario que era el miedo durante la guerra. Quizá les cueste imaginar un
tiempo en que el teatro se improvisaba en respuesta a titulares pavorosos,
un tiempo en que apenas hacía falta interpretar para declamar un renglón
de diálogo...
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