el principe y el mendigo
Al cabo de media hora se le ocurrió de pronto que el príncipe llevaba mucho tiempo ausente, y al instante comenzó a sentirse solo. Pronto se dio a escuchar anheloso y cesó de entretenersecon las preciosas cosas que lo rodeaban. Se incomodó, luego se sintió desazonado e inquieto. Si apareciera alguien y lo sorprendiera con las ropas del príncipe, sin que éste se hallara presenté para dar explicaciones, ¿no lo ahorcarían primero, para averiguar después lo ocurrido? Había oído decir que los grandes eran muy estrictos con las cosas pequeñas. Sus temores fueron creciendo más y más; alfin abrió temblando la puerta de la antecámara, resuelto a huir en busca del príncipe, y, con él, de protección y libertad. Seis magníficos caballeros de servicio y dos jóvenes pajes de elevada condición, vestidos como mariposas, se pusieron en pie al punto y le hicieran grandes reverencias. El niño retrocedió velozmente y cerró la puerta diciéndose:
–¡Oh! Se burlan de mí. Ahora irán a contarlo.¿Por qué habré venido aquí a que me quiten la vida?
Empezó a pasear de un lado a otro, lleno de temores innumbrables, escuchando y sobresaltándose con el más leve ruido. De pronto se abrió la puerta y un paje vestido de seda anunció:
–Lady Juana Grey.
Cerróse la puerta y una encantadora joven ricamente vestida se llegó a él corriendo, pero se detuvo de súbita y dijo con aflicción:
–¿Quéte aqueja, mi señor?
A Tom casi le faltó el aliento, pero lo recuperó para tartamudear:
–¡Ah! Ten piedad de mí. No soy tu señor, sino el pobre Tom Canty, de Offal Court. Ruegote que me dejes ver al príncipe, que él de buena gana me devolverá mis andrajos y me dejará salir sin daño. ¡Oh! Ten piedad de mí y sálvame.
Al decir esto estaba el niño de rodillas, suplicando tanto con los ojos ylas manos levantadas como con sus palabras. La doncella parecía horrorizada, y exclamó:
–¡Oh, mi señor! ¿De rodillas? ¿Y ante mí?
Dicho esto, huyó temerosa, y Tom, rendido por la desesperación, se dejó caer al suelo balbuceando:
–¡No hay auxilio, no hay esperanza! ¡Ahora vendrán y me prenderán!
Mientras permanecía allí, paralizado de terror, por el palacio circulaban espantosasnoticias. El susurro –porque era siempre susurro– voló de lacayo en lacayo, de caballera en dama, por los extensos corredores, de piso en piso, de salón en salón: "¡El príncipe se ha vuelto loco! ¡El príncipe se ha vuelto loco!" Muy pronto cada sala, cada vestíbulo de mármol vio grupos de engalanados caballeros y damas, y otros grupos de gente de menor alcurnia, pero también deslumbrante, –charlando amedia voz, y todos con muestras de pesar. Pronto apareció por entre ellos un pomposo oficial, haciendo esta solemne proclamación:
–¡En nombre del rey! "Nadie preste oídos a esa falsa y necia calumnia, so pena de muerte, ni hable de la misma ni la divulgue! ¡En nombre del rey!".
Los cuchicheos cesaron tan al punto como si los murmuradores hubieran enmudecido.
No tardó en correr un...
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