El Proceso De La Comuinicación” David K. Berlo

Páginas: 9 (2155 palabras) Publicado: 31 de mayo de 2012
EL REINO DE LAS FLORES (*)

Renato Cisneros


Me gusta regalar flores porque es una de las pocas costumbres románticas que se mantienen con el tiempo. Es una tradición galante que sobrevive al paso de los años y que combate la ofensiva modernidad digital, esa que lleva a las parejas a regalarse todo tipo de ‘gadgets’, artefactos de última generación y demás chucheríastecnológicas.
Es muy probable que mi bisabuelo haya regalado flores; y es seguro que lo hizo mi abuelo; y hasta donde me acuerdo, también lo hizo mi papá. Y como yo soy un antiguo, un revejido, un fulano de otro tiempo, entonces me produce doble placer el hecho de regalarle flores a una chica.
Además, a no ser que alguna fémina me desmienta, creo que no hay mujer que se resista al encantosilvestre de un inquietante ramo de flores. Hasta la más recia, dura y achorada de todas se quiebra de ternura delante de un manojo de flores. Ni Sarah Connor, la de Terminator; ni Lara Croft, la de Tomb Raider podrían mantenerse impertérritas.
A lo largo de las tres décadas que llevo en este mundo he obsequiado cientos de flores. Han sido tantas que, si de pronto las recuperara, tranquilamentepodría abrir mi propia florería y dedicarme a ese negocio por el resto de mi vida.
Las he mandado de todo tipo: violetas, claveles, girasoles, tulipanes, orquídeas, amapolas, acacias, jazmines, magnolias, gladiolos, crisantemos y hasta madreselvas. Evidentemente también he mandado rosas: blancas, rojas, rosadas y amarillas. Las he enviado con esquelas, con tarjetas musicales, con chocolates,con peluches, con globos de helio. En cajas y en macetas. Con tortas y botellas de champán. De día y de noche. Sobrio y zampado. Seguro y dudoso.
Las he mandado con toda clase de motivos y excusas: para sorprender, para celebrar un aniversario, para festejar un cumpleaños, para decir te quiero, para pedir perdón. Casi siempre se las he obsequiado a una novia, pero también las he enviado encalidad de osado admirador anónimo (aunque ni tan anónimo, porque a la larga las agasajadas acababan enterándose de que era yo el único mongo del colegio, del barrio o de la universidad capaz de perpetrar esa jugarreta).
Las reacciones de las destinatarias siempre fueron de lo más diversas: unas se sonrojaron y me agradecieron el inesperado detalle ahorcándome con abrazos que más parecíanllaves de lucha libre; otras, menos efusivas, se limitaron a darme un beso y decir “ay, qué lindo, no te has debido molestar” (frase que, por cierto, me molestaba mucho); y unas pocas –como para hacerse las interesantes– con las justas si se mostraron complacidas, actuando con frialdad, como si en lugar de un costosísimo ramo de flores les hubiera mandado, no sé, una lata de macarrones.Lamentablemente, todas las flores que mandé no siempre surtieron el efecto buscado. A veces mandarlas fue una inspiración, una movida estratégica y acertada, pero otras veces fue un acto torpe, una imprudencia, un gesto muy simpático, pero tremendamente desubicado.
Como la vez aquella en que le mandé flores a Alicia Roca Reyna, una niña que despertó en mí la más febril fascinación allá por laprimavera de 1994. Una tarde le envié a su casa un arreglo enorme y colorido. Desde luego que a ella le encantó la sorpresa, tanto que –según supe después– se le llenaron los ojos de lágrimas de la purita emoción. No ocurrió lo mismo con su enamorado, un fisicoculturista amateur que fue a buscarme a mi casa al día siguiente. Cuando abrí la puerta y lo vi, macetudo y molesto, al que se le llenaronlos ojos de lágrimas fue a mí. Hoy, casi quince años después, cada vez que me lo cruzo por la calle, todavía me mira con ganas de querer aplastarme el cerebro y lanzarme un escupitajo.
Ya con la ventaja de la distancia, hoy puedo aceptar que tampoco fue muy buena idea mandarle flores a Daniela Barrios en 1995. No solo porque ella no quería nada conmigo (y vaya que me lo había hecho saber...
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