El psicoanalista John Katzenbach

Páginas: 627 (156585 palabras) Publicado: 2 de mayo de 2015
-Feliz 53 cumpleaños, doctor. Bienvenido al primer día de su muerte. Pertenezco a algún
momento de su pasado. Usted arruinó mi vida. Quizá no sepa cómo por qué o cuándo,
pero lo hizo. Llenó todos mis instantes de desastre y tristeza. Arruinó mi vida. Y ahora
estoy decidido a arruinar la suya.

Así comienza el anónimo que recibe Fredrerick Starks, psicoanalista con una larga
experiencia y unatranquila vida cotidiana. Starks tendrá que emplear toda su astucia y
rapidez para, en quince días, averiguar quién es el autor de esa amenazadora misiva que
promete hacerle la existencia imposible.

John Katzenbach

El Psicoanalista
ePUB v1.0
John Doe 27.05.11

Para mis compañeros de pesca:
Ann, Meter, Phil y Leslie.

Primera Parte
Una Carta Amenazadora
1
El año en que esperaba morir se pasó lamayor parte de su quincuagésimo tercer cumpleaños
como la mayoría de los demás días, oyendo a la gente quejarse de su madre. Madres
desconsideradas, madres crueles, madres sexualmente provocativas. Madres fallecidas que seguían
vivas en la mente de sus hijos. Madres vivas a las que sus hijos querían matar. El señor Bishop, en
particular, junto con la señorita Levy y el realmente desafortunado RogerZimmerman, que compartía
su piso del Upper West Side y al parecer su vida cotidiana y sus vívidos sueños con una mujer de
mal genio, manipuladora e hipocondríaca que parecía empeñada en arruinar hasta el menor intento de
independizarse de su hijo, dedicaron sus sesiones a echar pestes contra las mujeres que los habían
traído al mundo.
Escuchó en silencio terribles impulsos de odio asesino, paraagregar sólo de vez en cuando algún
breve comentario benévolo, evitando interrumpir la cólera que fluía a borbotones del diván. Ojalá
alguno de sus pacientes inspirara hondo, se olvidara por un instante de la furia que sentía y
comprendiera lo que en realidad era furia hacia sí mismo. Sabía por experiencia y formación que,
con el tiempo, tras años de hablar con amargura en el ambiente peculiarmentedistante de la consulta
del analista, todos ellos, hasta el pobre, desesperado e incapacitado Roger Zimmerman, llegarían a
esa conclusión por sí solos.
Aun así, el motivo de su cumpleaños, que le recordaba de un modo muy directo su mortalidad, lo
hizo preguntarse si le quedaría tiempo suficiente para ver a alguno de ellos llegar a ese momento de
aceptación que constituye el eureka del analista.Su propio padre había muerto poco después de
haber cumplido cincuenta y tres años, con el corazón debilitado por el estrés y años de fumar sin
parar, algo que le rondaba sutil y malévolamente bajo la conciencia. Así, mientras el antipático
Roger Zimmerman gimoteaba en los últimos minutos de la última sesión del día, él estaba algo
distraído y no le prestaba toda la atención que debería. De prontooyó el tenue triple zumbido del
timbre de la sala de espera.
Era la señal establecida de que había llegado un posible paciente.
Antes de su primera sesión, se informaba a cada cliente nuevo de que, al entrar, debía hacer dos
llamadas cortas, una tras otra, seguidas de una tercera, más larga. Eso era para diferenciarlo de
cualquier vendedor, lector de contador, vecino o repartidor que pudiera llegara su puerta.
Sin cambiar de postura, echó un vistazo a su agenda, junto al reloj que tenía en la mesita situada
tras la cabeza del paciente, fuera de la vista de éste. A las seis de la tarde no había ninguna
anotación. El reloj marcaba las seis menos doce minutos, y Roger Zimmerman pareció ponerse tenso

en el diván.
–Creía que todos los días yo era el último.
No contestó.
–Nunca ha venido nadiedespués de mí, por lo menos que yo recuerde -añadió Zimmerman-.
Jamás. ¿Ha cambiado las horas sin decírmelo?
Siguió sin responder.
–No me gusta la idea de que venga alguien después de mí -espetó Zimmerman-. Quiero ser el
último.
–¿Por qué cree que lo prefiere así? – le preguntó por fin.
–A su manera, el último es igual que el primero -contestó Zimmerman con una dureza que
implicaba que...
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