El Psicoanalista
John Katzenbach
John Katzenbach
El psicoanalista
Título original: The Analyst
Traducción: Laura Paredes
1ª edición: noviembre 2005
© 2002 by John Katzenbach
© Ediciones B, S. A., 2005
Para el sello Zeta Bolsillo
Bailén, 84 -‐‑ 08009 Barcelona (España)
www.edicionesb.com
Publicado por acuerdo con John Hawkins & Associates, Inc., New York
Diseño de colección: Ignacio Ballesteros
Printed in Spain
ISBN: 978-‐‑84-‐‑96546-‐‑48-‐‑6
Depósito legal: 30.859-‐‑2007
Impreso por LIBERDÚPLEX, S.L.U.
Ctra. BV 2249 Km 7,4 Polígono Torrentfondo
08791 -‐‑ Sant Llorenç d'ʹHortons (Barcelona)
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El psicoanalista
Para mis compañeros de pesca:
Ann, Meter, Phil y Leslie.
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El psicoanalista
PRIMERA PARTE
UNA CARTA AMENAZADORA
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El psicoanalista
1
El año en que esperaba morir se pasó la mayor parte de su quincuagésimo tercer cumpleaños como la mayoría de los demás días, oyendo a la gente
quejarse de su madre. Madres desconsideradas, madres crueles, madres
sexualmente provocativas. Madres fallecidas que seguían vivas en la mente de
sus hijos. Madres vivas a las que sus hijos querían matar. El señor Bishop, en
particular, junto con la señorita Levy y el realmente desafortunado Roger
Zimmerman, que compartía su piso del Upper West Side y al parecer su vida
cotidiana y sus vívidos sueños con una mujer de mal genio, manipuladora e
hipocondríaca que parecía empeñada en arruinar hasta el menor intento de
independizarse de su hijo, dedicaron sus sesiones a echar pestes contra las
mujeres que los habían traído al mundo.
Escuchó en silencio terribles impulsos de odio asesino, para agregar sólo de
vez en cuando algún breve comentario benévolo, evitando interrumpir la cólera
que fluía a borbotones del diván. Ojalá alguno de sus pacientes inspirara
hondo, se olvidara por un instante de la furia que sentía y comprendiera lo que
en realidad era furia hacia sí mismo. Sabía por experiencia y formación que, con
el tiempo, tras años de hablar con amargura en el ambiente peculiarmente
distante de la consulta del analista, todos ellos, hasta el pobre, desesperado e
incapacitado Roger Zimmerman, llegarían a esa conclusión por sí solos.
Aun así, el motivo de su cumpleaños, que le recordaba de un modo muy
directo su mortalidad, lo hizo preguntarse si le quedaría tiempo suficiente para
ver a alguno de ellos llegar a ese momento de aceptación que constituye el
eureka del analista. Su propio padre había muerto poco después de haber
cumplido cincuenta y tres años, con el corazón debilitado por el estrés y años de
fumar sin parar, algo que le rondaba sutil y malévolamente bajo la conciencia.
Así, mientras el antipático Roger Zimmerman gimoteaba en los últimos
minutos de la última ...
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