El puerto guy de maupassant
GUY DE MAUPASSANT
Habiendo salido del Havre el 3 de mayo de 1882, para un viaje a los mares de China, el bergantín barca Nuestra Señora de los Vientos regresó al puerto de Marsella el 8 de agosto de 1886, tras cuatro años de viajes. Después de dejar su primer cargamento en el puerto chino al cual se dirigía, había encontrado al instante un nuevo flete para Buenos Aires, y, allí,había recogido mercancías para el Brasil.
Otras travesías, y también averías, reparaciones, calmas de varios meses, rachas de viento que desvían de la ruta, en suma, todos los accidentes, aventuras y desventuras de la mar, habían mantenido lejos de su patria a aquel bergantín normando que regresaba a Marsella con la bodega llena de cajas de hojalata que contenían conservas de América.
Alzarpar llevaba a bordo, amén del capitán y el segundo, catorce marineros, ocho normandos y seis bretones. Al regreso sólo quedaban cinco bretones y cuatro normandos; el bretón había muerto por el camino, los cuatro normandos desaparecieron en circunstancias diversas y fueron reemplazados por dos americanos, un negro y un noruego, reclutado, una noche, en una taberna de Singapur.
El granbarco, con las velas cargadas, las vergas en cruz sobre la arboladura, arrastrado por un remolcador marsellés que jadeaba delante de él, deslizándose sobre un resto de marejada que la calma sobrevenida dejaba morir suavemente, pasó por delante del castillo de If, y después bajo todas las rocas grises de la rada que el sol poniente cubría de un vaho de oro, y entró en el viejo puerto donde se agolpan,flanco contra flanco, a lo largo de los muelles, todos los navíos del mundo, en revoltillo, grandes y pequeños, de todas las formas y todos los aparejos, bañándose como una bullabesa de barcos en esa dársena demasiado estrecha, llena de agua pútrida donde los cascos se rozan, se frotan, parecen escabechados en un zumo de flota.
Nuestra Señora de los Vientos ocupó su puesto, entre un bricbarcaitaliano y una goleta inglesa que se apartaron para dejar pasar a su camarada; después, cuando todas las formalidades de la aduana y el puerto estuvieron cumplidas, el capitán autorizó a dos tercios de la tripulación a pasar la noche en tierra.
Había caído la noche. Marsella se iluminaba. En el calor de la tarde de verano, un olor de cocina con ajo flotaba sobre la ciudad bulliciosa, llena devoces, de circulación, de portazos, de alegría meridional.
En cuanto se vieron en el puerto, los diez hombres a quienes la mar mecía desde hacía meses echaron a andar muy despacito, con una vacilación de seres desorientados, desacostumbrados a las ciudades, de dos en dos, en procesión.
Se balanceaban, se orientaban, olfateando las callejas que desembocan en el puerto, inflamados por unapetito de amor que había crecido en sus cuerpos durante los últimos setenta días de mar. Los normandos marchaban a la cabeza, guiados por Célestin Duclos, un mocetón fuerte y listo que servía de capitán a los otros cada vez que saltaban a tierra. Adivinaba los buenos sitios, inventaba faenas muy suyas y no se aventuraba demasiado en las trifulcas, tan frecuentes entre marineros en los puertos.Pero cuando se veía metido en una, no temía a nadie.
Tras alguna vacilación entre todas las calles oscuras que bajan hacia el mar como cloacas y de las que salen pesados olores, a modo de aliento de tugurios, Célestin se decidió por una especie de tortuoso corredor donde brillaban, encima de las puertas, faroles que exhibían números enormes sobre sus vidrios esmerilados y coloreados. Bajo laestrecha bóveda de las entradas, mujeres con delantal, como criadas, sentadas en sillas de enea, se levantaban al verlos llegar, daban tres pasos hasta el arroyo que dividía la calle en dos y cortaban el paso a aquella fila de hombres que avanzaba lentamente, canturreando y bromeando, enardecidos ya por la vecindad de aquellas prisiones de prostitutas.
A veces, al fondo de un vestíbulo,...
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