El Resto Del Texto
Una vez “formalizado” el texto e inscripto en cierta teoría, una vez someCdo al proceso que
consiste, por parte del enunciador del discurso críCco, en esclavizarse a él para dominarlo, queda
un resto no totalizable, no semanCzable, no representable, no filtrable. Ese resto rompe la impenetrabilidad de todo “modelo críCco” y de toda “aplicación”; se lo llama el “desperdicio” del
texto: es, en realidad, su potencia. (Puede tratarse de un residuo de cualquier Cpo de extensión:
desde un adjeCvo, un verso, un conjunto finito de palabras escritas, un agrupamiento que
consCtuya un “personaje”, hasta una relación, un orden específico o una apertura arbitraria.) Pero
es evidente que tal desperdicio no lo es del texto sino del discurso críCco: el resto es lo no
actualizado por el trabajo críCco, lo informulado; cada sistema teórico de análisis de la escritura
deja residuos diferentes. Esos restos funcionan, en el interior del sistema críCco y según la
disCnción de Husserl (Primera invesCgación lógica) como indicios y no como expresiones. Son algo así como el lenguaje infanCl: un sistema informacional sólo en el plano de la estructura fonéCca
(como lo demuestra el análisis fonológico) pero, desde el punto de vista semiológico, un agregado
fluctuante de indicios de situaciones diversas.
Ante el resto (del) texto caben dos posibilidades teóricas y una tercera, quizás imaginaria.
La primera posición teórica es teológica y se funda en la hipótesis leibniziana de la inagotabilidad
en lo finito de los predicados y de la sustancia: aunque se efectúen, en el interior del sistema
críCco, enrejados cada vez más finos, el residuo que subsiste es inexorable; hay una inagotabilidad
real del texto. La otra posición teórica postula que si el residuo no puede ser apresado mediante el
refinamiento y la profundización de un punto de vista, podría captarse por mulCplicación de
enrejados irreducCbles: entrecruzando diversos sistemas teórico‐críCcos, mulCplicando los
“filtros”, superponiendo niveles diferentes, el residuo dejaría de ser tal en una prácCca críCca
entendida como operación productora y no como descripción o explicitación estructural. Se
trataría de una críCca polifónica que introduciría la historia en el discurso críCco, postulado como
proceso de una mulCplicidad de operaciones simultáneas.
Quisiéramos suponer (a pesar de esta segunda omnipotente posibilidad) que sigue
presente un resto resistente de texto en el discurso críCco e imaginar sus efectos. El resto, como
“no significaCvo”, sería la vía de escape del texto en un discurso críCco determinado por la
dimensión del senCdo y la realidad‐verdad de la escritura; el resto como tal es solidario de un
pensamiento lineal. Acompaña todo “modelo” y lo niega; rechaza todo valor “explicaCvo”; anula
toda pretendida “interpretación”: no encaja. Los residuos (pérdidas) del texto en el discurso críCco consCtuyen la única posibilidad de descentrar los sistemas totalizantes y teleológicos: son su
transgresión permanente. Los desperdicios emergen, en realidad, como los lapsus del texto en el
discurso críCco: sus síntomas, su verdad. Y esa verdad se opone, con absoluto rigor, a la falacia del
metalenguaje del discurso críCco.
Porque, y precisamente por lo paradójico, el residuo es, en realidad, no un resto sino un
demás, un añadido y un suplemento (en el) texto. Lo que no quiere decir nada para el discurso
críCco, lo no jusCficable (ni siquiera a parCr de otros textos, en una intertextualidad generalizada),
lo imposible de “traducir”: lo que no produce senCdo sino solo desconocimiento. Y cuando ese
demás se niega a...
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