El retorno de los brujos
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LOUIS PAUWELS – JAQUES BERGIER
EL RETORNO
DE
LOS BRUJOS
PREFACIO
Tengo una gran torpeza manual y lo deploro. Me sentiría mejor si mis manos supiesen trabajar. Manos ca-paces de hacer algo útil, de sumergirse en las profundi¬dades del ser y alumbrar en él un manantial de bondad y de paz. Mi padrastro (al que llamaré mipadre, pues él me educó) era obrero sastre. Era un alma vigorosa, un espí¬ritu realmente mensajero. Decía a veces, sonriendo, que el primer fallo de los clérigos se produjo el día en que uno de ellos representó por primera vez un ángel con alas: hay que subir al cielo con las manos.
A despecho de mi torpeza, logré un día encuader¬nar un libro. Tenía a la sazón dieciséis años. Era alum¬no del cursocomplementario de Juvisy, en el barrio pobre. El sábado por la tarde podíamos elegir entre el trabajo de la madera o del hierro, el modelaje y la en¬cuadernación. En aquella época leía yo a los poetas, especialmente a Rimbaud. Sin embargo, me impuse la obligación de no encuadernar Une Saison en Enfer. Mi padre poseía una treintena de libros, alineados en el es¬trecho armario de su taller, junto conlas bobinas, los jaboncillos, las hombreras y los patrones. Había tam¬bién, en aquel armario, millares de notas escritas con caracteres menudos y aplicados, sobre un ángulo del tablero, durante las incontables noches de labor. Entre aquellos libros, había yo leído Le Monde avant la Création de l'Homme, de Flammarion, y estaba enton¬ces descubriendo OH va le Monde?, de Walter Rathenau. Y fue estaobra de Rathenau la que me puse a encua¬dernar, no sin trabajo. Rathenau fue la primera víctima de los nazis, y estábamos en 1936. Cada sábado, en el pequeño taller del curso complementario, hacía mi tra¬bajo manual por amor a mi padre y al mundo obrero. Y el día primero de mayo, hice ofrenda del Rathenau encuadernado, al que acompañé con una brizna de mu¬guete. Mi padre había subrayado con lápizrojo, en este li¬bro, un largo párrafo que he conservado siempre en la memoria:
«Incluso la época del agobio es digna de respeto, pues es obra, no del hombre, sino de la Humanidad y, por lo tanto, de la naturaleza creadora, que puede ser dura, pero jamás absurda. Si es dura la época en que vi-vimos, tanto más debemos amarla, empaparla de nues¬tro amor, hasta que logremos desplazar las pesadasma-sas de materia que ocultan la luz que brilla al otro lado.»
«Incluso la época del agobio...» Mi padre murió en 1948, sin haber dejado nunca de creer en la naturaleza creadora, sin haber dejado nunca de amar ni de empa¬par con su amor el mundo dolorido en que vivía, sin haber perdido jamás la esperanza de ver brillar la luz detrás de las pesadas masas de materia. Pertenecía a la generación de lossocialistas románticos que tenían por ídolos a Víctor Hugo, a Román Rollan y a Jean Jaurés, los cuales llevaban grandes chambergos y guardaban una florecilla azul entre los pliegues de su bandera ro¬ja. En la frontera de la mística pura y de la acción social, mi padre, atado a su taller durante más de catorce horas al día —y vivíamos al borde de la miseria—, concillaba un ardiente sindicalismo conla búsqueda de la libera-ción interior. Había introducido en los gestos más bre¬ves y humildes de su oficio un método de concentra¬ción y de purificación del espíritu, sobre el cual nos ha dejado centenares de páginas escritas. Mientras hacía ojales y planchaba telas, tenía un aspecto resplande¬ciente. Los jueves y los domingos, mis camaradas se reu¬nían en su taller, para escucharle y sentir suvigorosa presencia, y la mayoría de ellos experimentaron un cambio en sus vidas.
Lleno de confianza en el progreso y la ciencia, con¬vencido del advenimiento del proletariado, se había construido una poderosa filosofía. La lectura de la obra de Flammarion sobre la prehistoria fue para él una es-pecie de revelación. Después leyó, guiado por la pa¬sión, libros de paleontología, de astronomía, de...
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